Las vicisitudes de un habitante de calle barranquillero en Riohacha

Jorbis Ramith Osorio Pérez, duerme en los mangles que se encuentran en la Laguna Salada.

Municipio
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger


“Trabajo honradamente para comparar lo mío y no le hago daño a nadie”, con esta frase empieza el relato sobre su día a día un habitante de la calle en Riohacha, uno de muchos que anhela salir de esa ‘vida’ pero el vicio es más fuerte.

Su nombre Jorbis Ramith Osorio Pérez un joven de 28 años, respetuoso y amigable, su apariencia bastante descuidada por falta de aseo y una buena nutrición. Vive en los manglares por la circunvalar, ahí se refugia del sol y la lluvia en un cambuche en el que duerme hasta que el cuerpo le pide otra dosis.

Cuenta que inició a consumir a los 14 años por la influencia de los amigos, empezó por el cigarrillo de marihuana, hoy día consume ‘el popular polvo’ como él la llama mientras afirma haber experimentado con todo, que experiencias que hicieron que su vida se deteriorara hasta el punto de convertirse en un habitante de calle.

“Diariamente salgo a cualquier hora a recoger los desechos plásticos, latas y todo lo que se pueda reciclar para venderlo en la chatarrería, no pido plata porque me da pena, trabajo para comprar mi vicio”, afirma Jorbis Ramith quien dice que de la venta diariamente en la recicladora obtiene entre los 40 y 50 mil pesos pero todo lo invierte en sus ‘dosis’ y con pena reconoce que con ese dinero pudiera hacer algo productivo.

Este joven nació en Barranquilla, en el municipio de Soledad Atlántico de donde le tocó huir para resguardar su vida, “me echaron la culpa por una mercancía que se perdió y me querían matar, preferí dejarlo todo para salvar mi vida y la de los míos”, comenta en medio de lágrimas mientras recuerda a su madre, hermanas e hija a quienes dejó hace dos años cuando salió de su ciudad natal en busca de refugio y fue así como llegó a Riohacha donde ha conseguido un poco de tranquilidad en medio de tantas tormentas.

De vez en cuando se comunica con su familia a quienes anhela volver a ver y abrazar, dice que se llena de fuerzas para salir del vicio que no lo deja acercarse a ellas, pero vuelve a caer. Le echa a culpa a ‘espíritus del mal’ a quienes acusa de tenerlo amarrado y perturbarle la mente para que consuma siempre.

Pese a esto no es agresivo, no pierde el control, ya que según él, consume para calmar su hambre, su ansiedad y olvidarse del mundo. Para él no ha sido fácil ya que la gente muchas veces lo trata mal por su apariencia y ha sido víctima de maltrato por parte de celadores de los comercios, quienes a veces en busca de otro que les ha robado llegan al manglar y al primero que consiguen ‘a ese le dan’.

“Yo no robo, no le hago daño a la gente porque no me gusta pero hay otros que sí y por uno pagamos todos”. Entre sonrisa comenta que su carisma y respeto por los demás le ha ayuda porque muchos en el Mercado Viejo y barrio Arriba lo conocen y le brindan siempre algo de comer.

En medio de su situación se considera afortunado ya que siempre alguien le brinda una mano y es así como sueña con que algún día lo ayuden a salir de esa vida, no solo a él sino a otros más que también se encuentran en el mangle.