Vuelve y juega

Editorial
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Afronta varios cargos por corrupción, la pesquisa por sobornos más grande de la historia de Brasil ha diezmado el partido político que fundó y la sucesora que designó fue impugnada y destituida del cargo.
Sin embargo, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, al que los brasileños conocen simplemente como Lula, lidera los sondeos para las elecciones presidenciales del año que viene y recorre el país para transmitir la idea de que puede traer de nuevo la prosperidad al país más grande de América Latina. Increíble, pero cierto; ahora Lula tiene el ‘puedo hacer a Brasil grande de nuevo’ como su eslogan en la campaña presidencial, marcando su regreso a la política algo que parecía tan inevitable para los brasileños como extraño para los forasteros.

Pese a los cargos en su contra, el carismático expresidente sigue siendo una figura clave en el país: un exlíder sindical y obrero que luchó por la democracia durante la dictadura del país y luego gobernó durante su conversión en potencia económica global. Su presidencia, de 2003 a 2010, coincidió con un florecimiento económico sin precedentes en Brasil y muchos le veneran por haber utilizado esas ganancias para sacar a millones de personas de la pobreza. Quizá sea igual de importante que la reciente inestabilidad política y la investigación sobre sobornos han dejado pocos candidatos viables de izquierdas aparte de él. Aun así, los cargos en su contra arrojan una sombra sobre su posible retorno.

Lula dejó el cargo con un índice de aprobación del 87%, pero un sondeo en diciembre le situaba al frente de una larga lista de aspirantes a la presidencia con un apoyo de al menos el 25%, siendo acusado en cinco casos distintos de delitos como aceptar sobornos, tráfico de influencias y obstrucción a la justicia.

 Mientras no tenga una condena, intentar bloquear la candidatura de Silva sería inviable a nivel político, ya que Silva ha restado importancia a los cargos en su contra afirmando que tienen motivaciones políticas y si interfirieran con su candidatura tendría aún más munición para denunciar juego sucio; incluso si es condenado, Silva podría recibir sólo una reprimenda a pesar que Brasil tiene estas leyes supuestamente muy estrictas sobre quién puede presentarse a la presidencia y también tiene un historial de dejar pasar cosas cuando quieren dejarlas pasar.

 La incertidumbre sobre la candidatura de Lula es un reflejo de una inestabilidad más generalizada en la política brasileña. El destino de docenas de políticos sigue en el aire por los casos de corrupción en su contra y la amenaza de que más nombres puedan verse implicados en las pesquisas.

Esa inestabilidad no sólo hace difícil predecir el resultado de las elecciones. Durante una gira por zonas rurales en la última semana, Lula ha arremetido contra el presidente Michel Temer, que llegó al poder después de que la sucesora de Lula, Dilma Rousseff, fuera destituida el año pasado por una gestión ilegal del presupuesto federal.

Muchos en la izquierda describen su impugnación como un golpe, y Lula ha dicho que Temer no tiene legitimidad para emprender profundas reformas económicas, que según el expresidente aumentarán la desigualdad y la pobreza. Aunque en los sondeos indican que era probable que Lula ganara la primera ronda de votaciones, le situó por detrás en una posible segunda vuelta contra la ex ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, con un 34% de los votos frente al 43% de Silva. El margen de error de la encuesta era de más menos 2 puntos porcentuales. 

Es probable que en los próximos meses, el ex presidente combine una actitud desafiante con esfuerzos por apelar a la nostalgia por los tiempos mejores. Sus dos legislaturas coincidieron con un boom global de las materias primas y el producto interno bruto de Brasil se multiplicó más que por cuatro.

Aunque ese llamativo auge económico no es su exclusiva responsabilidad, se le atribuye el haber compartido las ganancias con las clases bajas del país. La desigualdad, que ya estaba remitiendo cuando fue elegido, cayó en picado durante su gobierno con programas como la Ayuda Familiar, que da dinero a los hogares pobres para alimentos, comida y gastos sanitarios.