Libertad religiosa amenazada

Editorial
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Si bien la expansión de los sistemas democráticos en el mundo haría suponer un auge de la libertad religiosa, ésta no sólo no ha crecido sino que, en la práctica, ha sido arrinconada.
El clima crecientemente hostil en que la misma se halla inmersa, ha sido identificado y reflejado por informes relacionados. Las últimas oleadas migratorias desde Medio Oriente a Europa da cuenta de que cabe, cuando menos, pronunciarse acerca de los efectos que la persecución religiosa causa.

Los obstáculos a la libertad religiosa de los cristianos en el mundo pueden deberse a tres razones: En primer lugar, la presión de las religiones que pretenden imponerse sobre otras, como la cristiana, por la violencia. No es novedad el peligro que significa el Estado Islámico (EI) para los cristianos en Irak y Siria, sin embargo para sorpresa del lector tal situación es solo la punta del iceberg. En un gran elenco de países musulmanes y de Medio Oriente arrecia el ataque contra los cristianos.

En África, aunque se observa una leve mejoría, se está lejos del cese de las persecuciones religiosas. Segundo, los regímenes totalitarios de signo ateo e irreligioso, que prohíben la práctica pública de todo culto, como es el caso de China y Corea del Norte. Tercero y último, la situación de Estados democráticos y económicamente desarrollados de Europa occidental y América del Norte, donde la influencia del laicismo y el relativismo socialmente dominantes nutren una agenda política denominada progresista, que pretende, bajo la apariencia de una engañosa neutralidad valórica, la extirpación de la religión de la sociedad. 

Esta última situación reviste particular peligro por cuanto se nos presenta como normal. Los Estados en cuestión dicen reconocer la libertad de culto en sus Constituciones y Tratados Internacionales suscritos por ellos. Pero esa libertad religiosa así proclamada es solo nominal.

El Estado laicista, en último término bajo la influencia del marxismo cultural, omite toda consideración de la religión como hecho cultural e histórico, excluyéndola de todo ámbito de la vida social. Así, a pesar de la prosperidad material de estas sociedades, se origina un vacío espiritual que el hombre naturalmente trata de saciar ante su permanente búsqueda de la trascendencia. De esta manera, el espacio del que se exilia al cristianismo no permanece neutral o aséptico, sino que es invadido por falsos sustitutos: el denominado laicismo progresista y el fundamentalismo de religiones no cristianas. De esta manera, la religión católica se halla atenazada entre la persecución del Estado y la del fundamentalismo musulmán, y las garantías que le asisten por parte de los Estados del modo que le son dadas pierden su razón de ser.

Es preciso entonces ahondar en el concepto de libertad religiosa para descubrir su real significado. En este sentido, más allá de una coexistencia pacífica de grupos religiosos de diversas denominaciones en una sociedad, la esencia de la libertad religiosa responde a la incesante necesidad del hombre de búsqueda de la verdad y de proclamar la misma como un mensaje de alcance universal. 

La libertad religiosa excede, entonces, lo que nuestras constituciones y tratados internacionales establecen. Para que sea efectiva debe caracterizarse por aquello que hoy se halla severamente comprometido: la posibilidad de búsqueda de la verdad y su vigencia en la realidad temporal. Destacar la trascendencia y universalidad del mensaje es tarea de todos los católicos.