El costo de la corrupción

Editorial
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El costo de la corrupción es enorme para la sociedad. Según el informe de 2017 de Global Financial Integrity se estima que, solo en 2014, las corrientes financieras ilícitas oscilaron en $ 1.400 y $ 2.500 millones de dólares. El Foro Económico Mundial estima que el costo actual de la corrupción equivale a más del 5% del PIB mundial (US$ 2,6 billones).

Estos datos son desconcertantes, pero lo es aún más lo que se esconde tras estos cálculos financieros: un mundo de pobreza y desigualdades extremas que siguen exacerbándose por la distorsión de la distribución del ingreso y las decisiones sobre el gasto público, que están sujetas a prácticas corruptas.

Los Papeles de Panamá y los Papeles del Paraíso revelaron la magnitud de riqueza escondida a nivel mundial en jurisdicciones extraterritoriales. Según Oxfam International, en África, la evasión de impuestos implica pérdidas fiscales de US$ 14 mil millones al año. Los recursos presupuestarios perdidos podrían haberse destinado a la atención sanitaria para salvar la vida de 4 millones de niños y a la remuneración de más profesores para que todo niño africano pudiera tener acceso a la educación. 

Asimismo, el Barómetro Global de la Corrupción en la región Asia-Pacífico muestra que de 22.000 personas encuestadas, 38% de las más pobres afirmaron haber pagado un soborno para tener acceso a los servicios públicos. Los datos de 42 países que compiló Transparencia Internacional revelaron que, entre personas jóvenes, los mayores niveles de pago de soborno están relacionados con las tasas más bajas de alfabetización. 

Así, las pérdidas por corrupción se traducen en carencia de desarrollo para aquellos que tienen mayor riesgo de quedarse atrás. 

Sin embargo, la corrupción no solo desvía recursos del desarrollo, sino también corroe la confianza de los ciudadanos en las instituciones gubernamentales, socava el estado de derecho, afecta a los sistemas de controles y contrapesos, e incide en los niveles de violencia y de inseguridad.

Estudios recientes revelan que la corrupción, junto con la impunidad, injusticia y desigualdad que genera, es uno de los factores estructurales del extremismo violento que causó la muerte de casi 30.000 personas solo en 2015, e implicó un costo de $90 billones a la economía mundial. Un estudio del Pnud de 2016 señala la relación entre el extremismo violento y la experiencia u opinión sobre la injusticia, corrupción, discriminación sistemática y marginalización política y económica. El informe “Paz y Corrupción 2015” también brinda evidencia empírica que al rebasar un límite dado, hay una correlación entre los crecientes niveles de corrupción y el aumento de violencia y conflictos, dimensionados por inestabilidad política, violencia, terrorismo, crimen organizado, tráfico de armas y tasas de homicidio.

Por tal motivo debemos abordar la corrupción no solo como un crimen y un obstáculo para el desarrollo, sino además como una amenaza directa para la paz y la inestabilidad.

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible establece un vínculo explícito entre la corrupción y sociedades pacíficas, justas e inclusivas. Uno de los compromisos más importantes de la agenda es que “nadie se quede atrás” en la prestación de servicios, toma de decisiones y administración de justicia. No será posible lograr los ambiciosos objetivos si no abordamos la corrupción en todas sus formas. Por ello, este año, la campaña anticorrupción del PNUD-ONUDD conmemora el Día Internacional contra la Corrupción en torno al tema “Unidos contra la corrupción para el desarrollo, la paz y la seguridad”.
Entre todos, avancemos juntos contra la Corrupción para que esta lucha tenga éxito.