La ruta de las Américas

Editorial
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China se encuentra inmersa en una “Nueva Ruta de la Seda”, como denomina a su iniciativa de construir una red de infraestructuras, de comunicaciones y de cooperación económica desde Asia hasta América Latina, pasando por Europa y África, con la cual pretende aumentar su influencia global y consolidar sus eficientes corredores de comercio e inversión.

Es un trabajo de largo plazo, dispendioso, discreto en la forma, pero evidente en la acción. Año tras año los chinos expanden su influencia financiera y comercial.
La presencia china en América Latina comenzó a ser más visible hace dos décadas, como algo novedoso y exótico, y se convirtió en abierta estrategia de mediano plazo en 2015 con la propuesta de Xi Jinping de consolidar un plan de cooperación en comercio, inversión y finanzas en energía, infraestructura, industria manufacturera, innovación científica y tecnológica y tecnología informática, además de un componente de cultura.

Entre 2000 y 2016 el comercio entre China y América Latina se multiplicó 26 veces. Hoy es el principal socio comercial de Argentina, Brasil, Chile, Perú y Uruguay y el segundo de México y otras varias naciones; y con presencia geoestratégica en Venezuela, como comprador de petróleo a futuro, y de Nicaragua con el proyecto de un canal interoceánico.

En la medida en que China logra mayor aproximación, paradójicamente América Latina atraviesa por tiempos de distanciamiento con Estados Unidos, con algunos altibajos coyunturales, cierta desconexión histórica y avalanchas intermitentes de incertidumbre frente al futuro. La coyuntura histórica amerita una reflexión sobre la conveniencia de replantear las relaciones con Estados Unidos, con el interés y la intención de ponerlas en positivo, aproximar nuestros objetivos, buscar propuestas pragmáticas que se ajusten a las actuales realidades, que nos hagan complementarios, que les motive a mirar este vecindario y construir una Ruta de las Américas, una ruta alterna a la de los chinos.

Una alianza que esté más allá del comercio, que propicie el desarrollo de las naciones bajo la premisa de que si se combate la pobreza se reduce la migración, que con unos vecinos con mayor poder económico tendrá mejores socios, mercados más vigorosos, mayor estabilidad continental y aliados más sólidos.

América Latina está llamada a dar un giro en positivo a las relaciones con su poderoso e influyente socio del norte, pues la diplomacia comercial estadounidense trabaja de forma permanente y persistente en la actualización de sus intereses y en la defensa de sus productores nacionales. No podemos ser indiferentes ni permanecer paralizados a la espera de salvar el pellejo cada quien a su manera.

Es prioritario actualizar las agendas bilaterales con EEUU, resolver los pendientes comerciales (como propiedad intelectual, competencia desleal y acceso a mercados), buscar puntos en común, fortalezas frente a sus necesidades, elaborar una propuesta de desarrollo y cooperación que complemente los intereses de todos, con una estrategia continental de cooperación enfocada en la productividad e infraestructura y con la innovación y el emprendimiento como herramientas para lograrlo.

Establecer un diálogo alterno técnico que esté al margen del día a día político, que tenga su propio cauce, busque diversos recursos y esté lo más blindado posible contra la sensibilidad política y la exasperación de los líderes de uno y otro lado. Los latinoamericanos debemos plantearnos construir un camino complementario que integre a nuestros mercados y tenga a EEUU como aliado principal. No se trata de un frente de resistencia, sino de un bloque de búsqueda de soluciones: los latinoamericanos tenemos la tarea de reaccionar con una agenda conjunta propositiva y, para lograrlo, la labor del sector privado es muy importante. Al fin y al cabo, detrás de las medidas comerciales estadounidenses están sus empresarios.

La Asociación Americana de Cámaras de Comercio de América Latina y el Caribe (AACCLA), que representa a unas 20.000 empresas de sus respectivos países y a compañías estadounidenses con intereses en esos mercados, está llamada a reflexionar sobre estos asuntos, conocer experiencias, abrir posibilidades para el intercambio de buenas prácticas y fortalecer la vocería institucional como articulador de un diálogo constructivo y facilitador de los procesos para promover el comercio y la inversión.

América Latina requiere de un desafío por la innovación y el emprendimiento para la integración y la productividad. El agro y el turismo pueden ser dos de esos sectores piloto para dar los primeros pasos hacia la Ruta de las Américas.