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Jue, Mar

En Nicaragua no se asoma solución

Editorial
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Nicaragua suma casi 60 días en pie de lucha. En este país que hasta entonces los analistas y los políticos coincidían en presentar como el más seguro de Centroamérica, la rebelión comenzó como una protesta por la negligencia con que el Gobierno manejó el incendio en una de las principales reservas forestales -la morosa reacción costó más de 5 mil hectáreas de bosque-, continuó como reacción contra una reforma no consensuada a la seguridad social y, tras los primeros brotes de represión, estalló como una erupción masiva que puso al país de cabeza.

La variopinta participación de sectores puso en evidencia que los malestares sociales reposan en estado larvario, se acumulan y estallan en momentos impredecibles.
Cuando la represión gubernamental había cobrado un saldo de medio centenar de víctimas, los obispos católicos convocaron a un diálogo multisectorial: Gobierno, empresa privada, ONG, medios de comunicación y, sobre todo, los jóvenes universitarios que habían encabezado los atrincheramientos, marchas, declaraciones y bloqueo a las principales avenidas de la capital y varias de las ciudades más populosas.

El diálogo fracasó porque el Frente Sandinista (FSLN) acudió sin voluntad de negociar: envió a una pandilla de peleles sin ninguna credibilidad incluso al interior de sus filas, su delegación se dedicó a teatralizar desaires en forma de apariciones tardías y cada día introdujo nuevos interlocutores que no tenían otro discurso que no fuera la petición repetida como letanía de levantar los tranques (barricadas).

El diálogo nació muerto. Fue el muerto número 55. Y la lucha en las calles continuó. También los asesinatos de universitarios y otros jóvenes. Casi todos eran jóvenes que salieron a pecho descubierto a construir barricadas en las calles y atrincherarse en las universidades.

Sus acciones, al principio dispersas y descoordinadas, pusieron en jaque al régimen y produjeron un deterioro irreversible de su ejercicio real del poder, más notorio aun por el contraste con los 11 años anteriores en que la oposición no pudo organizar ninguna protesta en las calles sin que fuera sofocada en pocas horas.

En el momento de escribir este texto, solo en el barrio indígena Monimbó, pionero en la revuelta anti-Somoza y ahora anti-FSLN porque se sumó a la lucha en solidaridad con los universitarios, hay más de 90 tranques. Por eso Francisca Ramírez, la líder campesina del movimiento contra el canal interoceánico, observó el jueves 7 de junio en una entrevista en el programa Esta noche: “En Nicaragua hay tres poderes: el que tenía el Frente Sandinista, el poder económico y el poder del pueblo en las calles.”

El consenso que fluye en las redes sociales concluye que Daniel Ortega administra un cadáver de régimen. Su base social se ha degradado: se especula que puede haber descendido del proverbial 38 % a menos del 20 %.

Sus viejos militantes rompen sus carnets del FSLN frente a las cámaras de televisión, sus simpatizantes se arrepienten públicamente de haberle dado su voto y decenas de antimotines se niegan a blandir sus cachiporras.

Las escasas convocatorias a congregarse en contramanifestaciones nacionales que infructuosamente pretenden competir con las masivas de la oposición -apenas dos desde que empezó la rebelión en abril- cosechan una magra asistencia compuesta mayoritariamente por empleados públicos amenazados con el despido.

Las deserciones de antimotines y policías están siendo suplidas por imberbes aprendices de policías que están lejos de concluir su formación. Y sobre todo por fuerzas mercenarias que deben pagarse con su propia mano mediante saqueos a supermercados y almacenes.

El FSLN sólo tiene una estrategia: sembrar el caos mediante el terror. Es posible que incluso antes del diálogo celebrara su conferencia de Wannsee para acordar la solución final: asesinatos indiscriminados por medio de francotiradores apostados en puntos estratégicos, ejecuciones extrajudiciales, secuestros aleatorios, torturas y violaciones.

Se cuentan más de 130 muertos y de 80 desaparecidos con los que el FSLN quiere escenificar el verso de Silvio Rodríguez que habla de “tu viejo gobierno de difuntos y flores”. En este caso, se trata de un gobierno de difuntos y colorines.

Como siembra caos, cosecha más revueltas y la firme decisión de que no puede quedarse un día más ni en el poder ni en el país. Circulan rumores de que Ortega negocia con EEUU adelantar las elecciones a cambio de inmunidad para él y su familia. Pero cada muerto que añade, en esta retirada hacia adelante, le da más firmeza a la decisión final de que los tranques no se levantarán hasta derrocarlo.

El régimen cava su fosa. La represión de la solución final ha sido una fábrica de nuevos actores sociales portadores de la decisión final. De ahí nacieron las Madres de Abril, las coaliciones de universitarios y personajes hasta ayer desconocidos como Irlanda Jerez, lideresa de las y los comerciantes del mercado oriental, el más grande del país en clientes, mercancías y ganancias.

Son actores que están enfrentando la solución final de la muerte con métodos cívicos. Por eso al capturar con estrategias artesanales y liberar a sus rivales armados hasta los dientes, juntos corean: “No somos asesinos, no somos asesinos...”


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