¿El barril pudre las manzanas o las manzanas pudren las otras manzanas y al barril?

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El Pájaro de Perogrullo

El Pájaro de Perogrullo

Columna: Opinión

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Los últimos escándalos relacionados con políticos, exfiscales y exmagistrados de la Corte Suprema de Justicia nos deben poner a reflexionar.
Indudablemente, se debe respetar el debido proceso y la presunción de inocencia de todos aquellos que en estos días se han visto involucrados en semejante escándalo en los medios de comunicación. Serán, por lo tanto, el tiempo y las autoridades los que finalmente esclarecerán la verdad. No obstante, hay que reflexionar sobre la estructura institucional de la rama judicial y sobre su función constitucional. Para muchos, son los jueces, quienes al final del día, ponen los límites y el equilibrio al sistema y deben ser los más pulcros, sanos e incorruptibles. Por eso se ha usado de manera recurrente, como referencia, una y otra vez, por parte de periodistas y líderes de opinión, la frase: “cuando la sal se corrompe”. Realmente, la mención se deriva de la Biblia, cuando Jesús indicó que los apóstoles eran la sal de la tierra, los incorruptibles, los que podían impedir la maldad y los que evitarían la corrupción espiritual del mundo.

Los apóstoles eran entonces quienes tenían la altura moral para guiar a los demás al mundo de la luz y la verdad y serían incorruptibles. Es, sin duda alguna, una maravillosa alegoría. El problema está en que, tanto los jueces como los apóstoles, son humanos y, como humanos, tienen defectos y virtudes. El poder y el dinero tientan y corrompen, esa es la verdad verdadera de la tragedia humana, y, no todos, tienen la entereza ética y moral para no dejarse tentar y no torcer el camino. Pretender entonces que los funcionarios judiciales, por el simple hecho de serlo, sean la sal de la tierra, los incorruptibles, es necio y fantasioso, especialmente si el sistema institucional está pobremente estructurado y es el mismo barril el que corrompe las manzanas o facilita que las manzanas podridas se queden ahí corrompiendo al resto. De hecho, la constitución del 91 les dio facultades electorales a los magistrados de las altas cortes, para conformar las listas o elegir varios cargos públicos como la Procuraduría, la Contraloría y la Fiscalía. Igualmente, estableció un sistema de elección de las altas cortes que implica un ascenso de los jueces en el sistema.

El Consejo Superior de la Judicatura conforma las listas para que sean el Consejo de Estado y la Corte Suprema los que elijan sus magistrados de esas listas. Pero a su vez, el Consejo Superior de la Judicatura se conforma por magistrados elegidos por el legislativo y por las mismas altas cortes. Es un sistema engorroso que garantiza el “hagámonos pasito” y el ascenso de los jueces a magistrados, no necesariamente por méritos sino por amistad y entronques políticos. Es un sistema que aleja al ciudadano del proceso de escogencia de sus jueces y forma roscas privilegiadas e intocables, pues son quienes los juzgan parte de su “propia familia” o quienes los juzgan o investigan son sus elegidos o han sido parte del proceso de elección recíproca. Al final del día, es el ser humano, educado en principios, quien establece la verdadera fortaleza institucional y es lo determinante en la corrupción. No obstante, la manera como esté diseñado el barril, el sistema, tiene la potencialidad de mantener incorruptibles las manzanas bien formadas o hacer que unas malas manzanas pudran las otras o dar alicientes para que se pudran las buenas, por lo cual hay que replantear la estructura institucional de la justicia, teniendo mecanismos para escoger lo mejor, sustentado en trabajo y sentencias, y no de quien se es amigo, logrando además que los jueces se concentren en su trabajo jurídico y no en lo político, para elegir y ser elegido y finalmente promovido.