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Vie, Abr

2018

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Es el comienzo de un nuevo año. Los sueños, buenos deseos y apuestas que con profunda devoción e inocencia nos hicimos después de mirar de reojo hacia atrás, inician su tránsito hacia el olvido inexorable.
Las afujías del día a día se encargarán de borrarlas, posiblemente hasta que nos llegue nuevamente ese halito de felicidad que nos invade y nos contagia el alma cuando otra vez es primero de diciembre. La esperanza nace, crece y muere cíclicamente con las fiestas. Nos resistimos a creer que siempre será peor el año que viene. Podría pensarse que fuerzas terrenales superiores, invisibles, nos manipulan para que “todo cambie mientras todo permanece igual”.

El “feliz año” se queda y se extiende a lo sumo por una semana más. Aunque algún día se quedará entre nosotros y no los daremos también en marzo, agosto y septiembre, colmándonos mutuamente de bendiciones; de intenciones perdurables de amor, paz, salud, reconciliación, bienestar y prosperidad e, internándonos como quien penetra los confines de la manigua, refugiándonos, en los vericuetos de la fe y no ver, ni oír, ni oler, ni sentir ni pensar en los estruendos que la realidad terca nos revela directamente o a través de los medios de comunicación de masas, cuya misión parece es debilitar la esperanza hasta liquidarla y luego vendernos el aliciente que nos ayude poco a poco a restaurarla. 

Podrían verse a simple vista como aseveraciones pesimistas las mías. Pero creo firmemente en la fuerza y en el poder que desató el aprendiz de brujo que inventó las festividades. Incontenibles. Y no me refiero a su reacción explosiva, espontánea y fugaz sino a la capacidad sinérgica de la evolución humana, para generar las transformaciones que históricamente la sociedad requiere en lo social y económico, en lo cultural, en lo ambiental y político. 

Coincidimos que 2018 “no será un año fácil”. Las reformas anunciadas le ponen los pelos de punta a más de uno. Creeríamos y esperaríamos que la protesta y la movilización social serán el pan de cada día. Que los corruptos recibirán una ejemplar sanción en marzo, que se repetirá en mayo y se ratificará en junio cuando votemos para elegir congresistas y presidente en primera y segunda vuelta. Que el castigo al robo de los recursos públicos será la pena de cárcel inconmutable y que se respetarán los derechos ciudadanos de los colombianos sin distingo de castas, condición social y género. 

Nadie, cuando todavía faltaban “…cinco pa’ las doce…”, corrió a abrazar a su mamá pensando cosa distinta a augurarle un próximo año esplendido, maravilloso, repleto de dicha, gozo y felicidad. El licor, la estridencia musical, la gran comilona y el ruido de la pólvora no nos permitieron recordar los aciagos momentos de un 2017 que huía despavorido, dejando una estela de sinsabores en la vida de los colombianos que, aferrados a su fe, depositaban su confianza y su descanso como quien entierra sus anhelos para verlos florecer, en los trecientos sesenta y cinco días por venir.

Porque para recordar la trajera tristeza y dolor estábamos ocupados celebrando, para ¡qué siga la rumba! 
De ese gigante dormido e inquebrantable escribo. Nos inquieta esperar a que un buen día despierte y vea la luz, para acceder a un entorno sombrío que se despejará, dirigiendo su mirada escrutadora sobre lo que vale la pena rescatar y proteger, promoviendo la integración hasta la fusión, de tal modo que nos permita cantar “feliz año” el resto de la vida y así, después que vengan 2018, 2019, 2020 y los demás.


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