Tenemos que sacar este país adelante

Editorial
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En una democracia el inicio de cada gobierno es una nueva oportunidad de hacerlo todo mejor, no solo para quienes asumen las riendas del poder sino para la nación entera. Debemos celebrar que esa oportunidad se renueve periódicamente, y desear que así siga siendo. No es necesario que todo el mundo esté de acuerdo con el gobierno de turno. Siempre puede haber razones para el desacuerdo y debe haberlas, sobre todo, para el sano ejercicio de la oposición, que ha de ser leal a los fines de ese estado de derecho pactado en 1991, que implica derechos y también obligaciones para gobernantes y gobernados.

 En medio del desorden, los abusos, la discriminación y la mezquindad, que han llevado a divisiones apasionadas e inclusive a levantamientos armados, no se puede negar que en lo más profundo de la sociedad colombiana se ha mantenido vivo el anhelo de llegar a una verdadera democracia. Es posible que cada quién tenga su propia versión de ese propósito, pero en todo caso, desde los más diversos sectores de nuestra sociedad y de nuestra geografía, se ha trabajado sin pausa para conseguirlo y consolidarlo.

La alternación en la jefatura del estado, sobre la base de diferentes credos políticos, interpretaciones de la economía y manejo de los problemas sociales, no sólo es deseable, sino que constituye elemento de fortalecimiento democrático. Nada mejor que contar con opciones verdaderamente diferenciadas a la hora de escoger y apoyar con el voto uno u otro proyecto político. Una vez obtenido el apoyo de la mayoría ciudadana, a cada nueva administración hay que abrirle espacios para que le sirva a la nación.

 Muchos no saben, ni calculan, que con frecuencia el Estado no está a la altura de la fuerza tremenda de la sociedad. De manera que es posible que la propia sociedad no se dé cuenta de los poderes que ha llegado a acumular. Razón por la cual no ejerce su poderío, mediante una interlocución permanente con los representantes del Estado, y en cambio deja libre el espacio para que los gobiernos decidan a su manera, de pronto con las mejores intenciones, sin acertar como lo harían si estuvieran enterados y se pudieran beneficiar de la sabiduría que proviene de la gama más amplia de las experiencias sociales.

 Cuando el Frente Nacional desdibujó las fronteras entre los partidos, se consolidó la idea de que “para todos hay cupo y hay que arreglárselas para estar siempre en el gobierno”. De ahí que el ejercicio de la oposición fue siempre visto con menosprecio, como extravagancia o como equivalente al suicidio político. Hasta que Alfonso López Michelsen se atrevió a fundar el MRL y más tarde Virgilio Barco vino a recordar que la oposición resulta esencial en un estado democrático.

No se puede negar que, en gran medida, el país funciona sobre la base de la acción de millones de colombianos que, desde actividades pequeñas o incipientes hasta empresas de gran envergadura, impulsan la vida cotidiana de la nación. En muchos casos estos emprendedores no escuchan ni les creen a los noticieros, ni le dan importancia al seguimiento cotidiano de las acciones gubernamentales, y viven su vida sin estar esperando que el gobierno les haga, les diga, les otorgue, les de beneficios, o los moleste.

Nada más peligroso, bajo las actuales circunstancias, que el desánimo o el destierro de quienes protagonizan todos esos emprendimientos, grandes y pequeños, a lo largo y ancho del país.

Es posible que esos atavismos ya mencionados sobre el gobierno, la oposición y el unanimismo, además de cierto sentimiento de “orfandad política”, se hayan extendido en nuestros días al sector empresarial. Es posible que en el ejercicio de dicha actividad se haya establecido la costumbre de estar siempre con el gobierno. Tal vez a muchos se les volvió indispensable que haya un gobierno amigo, que los entienda, que hable su idioma, y que los proteja de antemano.

El país se tiene que acostumbrar a que exista alternación en el ejercicio del poder. A que existan un gobierno y una oposición dialogantes. También a que se desarrolle, con nuevos protagonistas desde la orilla del Estado, un diálogo sincero y permanente con los empresarios, que permita entender cómo funciona de verdad ese sector del país. La acción empresarial resulta fundamental para el avance o el retroceso de la nación, y en ese diálogo con el gobierno debe aflorar de una parte una enorme dosis de comprensión y de la otra un claro compromiso social.

Una de las premisas fundamentales de dicho encuentro ha de ser la de que a este país sólo lo sacaremos adelante con solidaridad. Sin regalos, gratuidades injustificadas, ni privilegios indebidos para nadie. Sin confrontaciones primitivas e innecesarias. Con confianza en la democracia y en nuestras posibilidades de ser cada día mejores. Nadie puede imaginar lo lejos que puede llegar Colombia si dejamos de lado prevenciones innecesarias, y sobre todo si podemos afrontar el futuro con optimismo, dejando atrás para siempre esa idea peyorativa y pesimista de nosotros mismos que tanto daño nos ha hecho y nos puede hacer.