Hoy 5 de septiembre de 1999, hace 24 años, Hernando Marín Lacouture, brillante compositor costumbrista de música vallenata, murió en accidente de tránsito. Hoy la memoria de este verdadero juglar está más viva. Se le recuerda en todas las parrandas, foros y conversatorios donde el vallenato mayor es consentido
‘La Creciente’, fuerza natural, excitante y emotiva que se desata después de un gran nubarrón, inspiró una de las obras más bellas de nuestra música vallenata. Una de las primeras canciones que aprendimos fácil, letra y melodía, y aunque en nuestros primeros años no entendíamos de amores y desamores, la pasión y alegría que generaba ‘La Creciente’ sellaron esos sentimientos.
‘La Creciente’ es también la crónica melódica y seductora que concibió el afecto perenne e inmutable por un folclor que hace parte de nuestra construcción social. Tanto que es inevitable caer cautivo de la sublime manera como su autor compara el desbordante y desenfrenado caudal con su interno torrente amoroso. Era obvio que solo un genial orfebre de la lírica podía embrionar y dar a luz algo tan bello.
Regocijados descubrimos que el padre de esa y otras melodías del folclor era un genio campesino nacido en nuestra región guajira, a minutos de la casa, con nuestras mismas costumbres. Pletórico de sanas picardías, bondades y sensibilidades. Un apóstol que se deleitaba con lo que nos deleitábamos y se abatía con lo que nos afligíamos.
A Hernando Marín Lacouture, aunque nunca lo vimos personalmente, lo conocemos integralmente. Sabemos cómo entendió el mundo, la amistad, la alegría, el compadrazgo, el humor y el dolor, pues sus canciones son sus mejores garantes y escuderas. Ellas lo describen como ser humano, como poeta, como padre, hijo y amigo. Un campesino parrandero.
En Marín los dones se multiplicaron. En él había razón, pasión y corazón como persona y como músico. Sus canciones, magistrales manuales del comportamiento humano, nos enseñaron historia, geografía, religión, esoterismo, erotismo y sociología. También gratitud, amistad y vida. ‘Nando’, fue cómplice de nuestros pininos de amor, y aliado que expresó en sus versos aventuras olvidadas o que no nos atrevemos a contar.
Su antología de canciones declara lo que en nuestro corazón duerme o no decide revelar. Con ellas cantamos alegres o nos encogemos conmovidos. Enamoramos y pedimos perdón. Su sensibilidad fue tan fina que por allá en los años sesenta se inspiró agradecido en ‘Placeres Tengo’, un burrito con el que compartió retozos de niñez.
Solo él, en uno de sus salmos, pudo «descubrir en el polen de una flor la huella que dejó un suspiro enamorado, y en Dios la primera canción de su pueblo adorado». (Canción ‘Ese Soy Yo’).
Nadie como ‘Nando’ pudo plasmar el amor a sus ‘Muchachitas’ en esa profecía hermosa dedicada a sus hijas. Su lira audaz fue tanta que se atrevió, como buen contestatario, a legislar contra la injusticia social con la ‘Ley del Embudo’, y abrazó su macondianidad cantándole a una alucinante ‘Bola de Candela’.
Marín en su obra ‘El Invencible’ se retrató como un luchador que esgrimió como espada de lucha su corazón alegre, cabalgando glorioso cual caballero guerrero sobre la letra de sus canciones, cantando himnos de victoria con conjuntos de acordeones. Semejante armamento poético le bastó para ganar todas las batallas. Su guitarra, su voz y su simpatía fueron invencibles.
Igual que encaró sus justas líricas, con su espíritu atalaya de la paz, enlazó a pueblos hermanos con canciones como ‘Vallenato y Guajiro’, y unió con besos interminables a negros con blancas, y a guerrilleros con soldados, en ‘Canta Conmigo’, una de sus más bellas poesías de pensamiento estético.
Su ‘Dama Guajira’ fue la musa a quien dulcemente cantó siempre. Su terruño le excitó esa indisoluble armonía entre madre e hijo. Fue como un pacto de amor, La Guajira le dio la vida, él a ella su alabanza. Ganó todos los festivales donde concursó, su guitarra, su voz y su simpatía deslumbraron. Nadie conoce una canción intrascendente de Marín. Le cantó a lo bueno y a lo cabal. Para él lo trivial no existió.
Hoy la memoria de este verdadero genio y juglar está más viva que nunca. Su catálogo se recuerda en todas las parrandas y casas donde el vallenato mayor es consentido. Su muerte es aún lamentada. Este septiembre se cumplen veinticuatro años.
Sería atrevido cuestionar su temprana muerte. Quizás vivió lo suficiente para consumir su tratado hermoso, quizás le faltaron años. Lo que sí es cierto es que para homenajearlo serán necesario tomos y tertulias eternas, y siempre faltará tiempo y espacio para honrar su maravillosa obra.
Hernando Marín es y debe ser siempre orgullo nuestro, del ser caribeño, de la sensibilidad propia de una región ungida para parir un misionero clarividente como él, que logró que se besaran el arte con el pueblo y se fundieran la amistad con la sabiduría.