El primero de diciembre del 2016 cuando se culminó siete años de conversación en la Habano, los colombianos estábamos creído que nos habíamos topado con el divino estallido de la paz y nos alegró tanto que lo festejamos como si nos hubiera llegado el juicio universal.
Los cabecillas revolucionarios, los autores de tanto males, jactándose de su impunidad y escudados con aquella clemencia criminal, impasible ante los sollozos de los huérfanos y ante la justa indignación de nuestra sociedad, se pasean osadamente por la capital, recorriendo de un extremo a otro la nación, afanados en aumentar los caudales atesorados en medio de la matanza, y, viendo cuán ilimitada es la clemencia y cuán lucrativa aquella sangrienta granjería, se perciben, ya no en la sombra ni en los parajes desiertos, sino en el congreso de la República, dictando normas para supuestas benignidades.
Sus 50 años de ultraje al país no solo ha quedado impune, sino que ha puesto a sus autores en las más apetecibles condiciones. Espectáculo vergonzoso no puede menos de entristecer y consternar a los hombres honrados, y de sumir en el más profundo desconcierto a la sociedad nacional, que no ha recogido en forma alguna el fruto de tantos esfuerzos y de tantos sacrificios, y que al regresar al agro a ver sus fincas abandonadas por años a causa de la guerra, hallan al enemigo, al supuestamente aceptado socialmente y encargado del fomento de la paz, insolente y listo acumulando combustible para próximos incendios.
Los jueces de la JEP, olvidados de que tienen a su cargo el propósito de hacer respetar los acuerdos pactados en la Habana, han sido los primeros en lanzar el grito de rebelión, desconociendo las pruebas fehacientes que del extranjero nos envían, para la extradición de Jesús Santrich.
La conducta asumida por la JEP ha logrado que el país arranque al abismo del escándalo y miseria en que agoniza, pretender que en una época de absoluta anormalidad, cuando todo está desquiciado y confundido, cuando todo tiembla ante la perspectiva de nuevas e inminentes catástrofes, se aplique leyes que pongan en libertad a los que ayer nada más eran los verdugos y que aún teñido de sangre y cubiertos con los despojos de la extorción, el robo, el secuestro, escudados por los acuerdo que se hicieron fuera del país, se hacen pasar por víctimas indefensas y son aplaudidos como grandes apóstoles del derecho.
Por temor al enfrentamiento de las leyes, Iván Márquez, ha dejado la silla vacía en el congreso, se ha marchado sin que el país se entere dónde se ha perdido. Márquez y Santrich, les pareció poco medio siglo de constantes anormalidades para incrementar sus fortunas, y por multiplicar sus malas acciones, se inclinaron por reproducir su fortuna a cambio del envenenamiento humano, ya fuera de este continente suramericano, es decir internacionalizar sus antipatías. Aún no se sabe cuál es su bebedero, pero en poco tiempo la justicia dará con su abrevadero.