Analistas foráneos dicen que Grecia pasó de oveja negra a país de notable buen comportamiento económico post pandemia, dentro de la Unión Europea. Calificación diferente de la popular, que aprecia las cosas desde la cotidianidad, afectada por el costo de vida y el mortífero choque de trenes en Lárisa, adjudicable a la mala gestión de los ferrocarriles.
La oposición de izquierda, con el ex primer ministro Alexis Tsipras a la cabeza, cifró sus esperanzas en esos dos factores, además de confiar en el retorno temprano del movimiento pendular que permite la alternación en el poder, sin un segundo mandato para la derecha. También confiaba en que el modelo electoral, que en su momento Tsipras modificó, con diseño a su medida, llevaría a su partido de retorno a la jefatura del gobierno.
El veredicto ciudadano, sorpresivo, terminó dando en primera vuelta la victoria a los conservadores de Nueva Democracia, que con algo más del 40% de los votos duplicaron a la izquierda de Syriza, aunque no alcanzaron la meta, siempre anhelada, de contar con los 151 escaños que les permitirían gobernar conforme a su proyecto, sin necesidad de negociar con nadie para la formación de un nuevo gobierno.
Los rituales que siguen ahora muestran una vez más la madurez de la democracia griega contemporánea. La presidente de la República, Katerina Sakelaropoulou ofreció sucesivamente la opción de formar gobierno a los jefes de los partidos más votados en los comicios. Como a ninguno de ellos le quedaría fácil formar un gobierno con alianzas que implicarían negociaciones programáticas, habrá nuevos comicios, posiblemente a finales del mes de junio.
La señal de partida del nuevo proceso electoral estuvo marcada por una cordial reunión, presidida por la señora Sakelaropoulou, a la cual asistieron el saliente primer ministro y jefe de Nueva Democracia, Kyriakos Mitsotakis, el presidente de Syriza, Alexis Tsipras, el jefe del Partido Socialista Panhelénico, Pasok, Nikos Androulakis, el presidente del partido Elinikí Lisi, Solución Griega, Kyriakos Velópoulos, y el Secretario General del Partido Comunista de Grecia, Kke, Dimitris Koutsoumpas.
Grecia ha dejado de ser oveja negra porque el país ha podido superar, por esta vez, los años de la competencia populista que involucró por igual a los entonces grandes partidos, de centro izquierda y centro derecha, Pasok y Nueva Democracia, que repartieron el presupuesto para mantenerse en el poder a punta de dádivas y terminaron por quebrar al estado, lanzar gente al abismo y poner en angustias al resto.
En ejercicio de la sana costumbre política de la alternación en el poder, el primer turno de los remiendos correspondió en 2015 a Syriza, la nueva izquierda democrática, que recibió el respaldo popular en los momentos de angustia de la quiebra del estado y la amenaza de expulsión de la Unión Europea. Ultimátum acompañado de la descalificación por centros de poder de la Europa comunitaria, apóstoles de la ortodoxia neoliberal y hábiles encriptadores de sus propios pecados.
Tsípras, entonces juvenil y animoso campeón de una tradición que por décadas luchó contra los excesos del capitalismo, tuvo que escoger entre el cumplimiento estricto de las condiciones impuestas por la Unión Europea y las propuestas de un ministro de economía que pretendía imponer al mundo, desde Atenas, teorías cargadas de utopía, de esas que suenan bien en los recintos académicos, o en los círculos de quienes no tienen que responder por nada concreto, que resultan inaceptables en Bruselas o Washington.
El entonces primer ministro obró con inteligencia suficiente para entender que un país periférico no tiene cómo imponer modelos al resto del mundo y que, además de la payasada, quien pose de transformador desde cualquier nación que no sea potencia termina por hundir a su sociedad en una crisis aún más profunda. Salió entonces de su folclórico e impetuoso ministro y se puso a hacer la tarea, con la supervisión, molesta pero inevitable de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional.
Hace cuatro años, sobre la base de los remiendos bien hechos de la izquierda democrática, el turno llegó para Nueva Democracia, renovada bajo el liderazgo de Kyriakos Mitsotakis, el más reciente vástago de una de las familias políticas tradicionales de un país en el que los apellidos se repiten, en diferentes organizaciones políticas, con una frecuencia no vista en ningún otro país europeo.
Las próximas elecciones darán un nuevo veredicto sobre el presente y señalarán el rumbo del futuro de Grecia. Pero no hay que engañarse: los verdaderos protagonistas del repunte de los últimos años no han sido los gobiernos, sino la gente. Algo que es bueno entender, en lugar de seguir adjudicando los éxitos de los pueblos exclusivamente a sus gobernantes, como si los pueblos solo tuvieran la obligación, y la opción, de obedecer. Mirada simple y superficial, reflejo de sentimientos mesiánicos y caudillistas que han hecho daños en todas partes.
Es el pueblo griego, desde lo profundo, el protagonista de la reiteración de su vieja leyenda de renacer del fondo de sus propias cenizas. Fenómeno que sucede de manera reiterada en lo público y en lo privado, en lo grande y lo pequeño; muestra de un sentido del destino que, aún en medio de tragedias inverosímiles, saca todo adelante por cuenta del optimismo. Como debemos intentarlo nosotros.