Escrito por:
María Padilla Berrío
Columna: Opinión
e-mail: majipabe@hotmail.com
Twitter: @MaJiPaBe
Estudió economía en la Universidad Nacional de Colombia y actualmente se encuentra terminando sus estudios de Derecho en la Universidad de Antioquia. Nacida en Riohacha, radicada en Medellín. Ha realizado varias investigaciones académicas con la Universidad Nacional y se ha desempeñado como ponente en diversos eventos académicos a nivel nacional e internacional. En la actualidad es dependiente judicial y dirige el cine club de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia.
Cuando de endilgar responsabilidades se trata, y si hablamos de temas tan espinosos como el que encierra la muerte de más de 30 niños en un pueblo olvidado por el país, mencionado escasamente en la obra de García Márquez y alguna canción de Carlos Vives, las miradas se posan sobre los personajes más visibles e inmediatos, "los más de malas", como se diría coloquialmente hablando.Es cierto que, para esta tragedia, la negligencia de quien ocasionó de manera directa la hecatombe es incuestionable. El conductor, que era la persona que tenía bajo su custodia este grupo de niños, al maniobrar de una manera tan descuidada, y con los resultados tan lamentables que todos conocemos, desató la furia de un país que, como es costumbre, "clama justicia". De igual manera, el pastor de la iglesia que organizó el viaje de los niños en ese bus se enfrenta ante la justicia, asumiendo responsabilidades por el hecho en el que, entre otras cosas, murió su hija y su esposa quedó gravemente herida.
Ahora, si bien es cierto que la negligencia de estos sujetos indigna, ¿dónde está la responsabilidad que le asiste a las autoridades por permitir el funcionamiento de un bus en este estado?, o mejor dicho, ¿qué hace un bus en esas condiciones desplazándose como si nada? No es posible que el vehículo, que violaba todas las normas de seguridad "habidas y por haber", jamás hubiese caído en el ojo de las autoridades. Asombra la ausencia de control y la falta de escrúpulos de quienes están llamados a hacer cumplir la ley.
El asunto, por decir lo menos, podría asemejarse a una queja popular relacionada con el tema de las duras sanciones económicas de quienes conduzcan bajo estado de embriaguez, pues, es repugnante ver cómo quienes están llamados a hacer los controles encontraron un medio para traficar con la ley, aprovechándose de las circunstancias, como toda conducta despreciable de los seres humanos.
Y sí, ¿cuántos sobornos habrán pagado por este bus para huir del control de las autoridades?, ¿cuántas personas se habrán lucrado para hacerse "los de la vista gorda"? y peor aún, ¿cuánto se habrá ahorrado el dueño del bus por evadir revisiones periódicas y esquemas de seguridad?, con las graves denuncias de quien figura ante las autoridades como el conductor, quien asevera que había sido contratado y le pagarían $20.000 por conducir, sin tener siquiera licencia.
Ahora, sin el ánimo de hacer señalamientos, y respetando el dolor de quienes hoy asisten a la pérdida de sus seres queridos, por muy descarnado que suene en estos momentos, es importante hacer mención a la responsabilidad que le asiste a los padres de familia, quienes en principio son los que tienen el deber de cuidado de los menores y deciden sobre las actividades de éstos.
Asistir con asombro, tristeza e impotencia, a la macabra realidad de niños con edades de 2 y 3 años, encomendados al cuidado de nadie, debería ser un motivo para alarmarse. No existe justificación alguna para que niños de edades tan cortas se desprendan del cuidado de sus padres, lo que no quiere decir que si hubiesen sido acompañados por sus padres hubiesen evitado que el bus explotara, pero tal vez la injerencia de algún adulto ante semejante acto de irresponsabilidad hubiese podido cambiar el curso de esta tragedia.
Finalmente, si bien la idea no es señalar y buscar culpables, es bueno detenerse ante acontecimientos como estos para hacer las reflexiones pertinentes. Los seres humanos, para vivir en sociedad, más que leyes necesitamos conciencia, sentido de responsabilidad y algún atisbo de previsibilidad. Si las autoridades, los padres de familia y la sociedad en general se tomaran la molestia de asumir su papel dentro de este contrato social que nadie firma pero que nos involucra a todos, acontecimientos como éstos se evitarían.
Por ahora, lamentar el desenlace de los acontecimientos y tomar conciencia de las fallas que se hayan presentado, recordemos que hoy son "los demás", mañana podemos ser nosotros.