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Dom, May

La quimérica búsqueda de la paz

Columnas de Opinión
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Escrito por:

María Padilla Berrío

María Padilla Berrío

Columna: Opinión

e-mail: majipabe@hotmail.com

Twitter: @MaJiPaBe

Estudió economía en la Universidad Nacional de Colombia y actualmente se encuentra terminando sus estudios de Derecho en la Universidad de Antioquia. Nacida en Riohacha, radicada en Medellín. Ha realizado varias investigaciones académicas con la Universidad Nacional y se ha desempeñado como ponente en diversos eventos académicos a nivel nacional e internacional. En la actualidad es dependiente judicial y dirige el cine club de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia.



Como todo lo que tiene que ver con nosotros, los colombianos, somos capaces de cambiar de parecer fácil y rápidamente, como amanecer u oscurecer. Y es que si ayer, cuando comenzaron los diálogos, hicimos guiños a tal acontecimiento, hoy estamos despotricando por cada cosa. Que no es justo, que andan de paseo, que esa mesa no va para ninguna parte, que el Gobierno está siendo demasiado laxo, en fin, las quejas vienen y van en esa dirección.

Y es entendible, nuestra historia está plagada de conversaciones inconclusas, caminos sin salida, guerras sin tregua y mentiras por doquier. No nos hemos olvidado del Cagúan, lógico, ¿Quién olvida un país donde viajar por tierra era sinónimo de pesca milagrosa? Un país intransitable, inmanejable, invivible… Difícilmente lo olvidaremos, y no porque tengamos buena memoria, sino porque tendemos a recordar lo que nos conviene, pues, así como nos olvidamos de dónde provienen y el por qué de las Farc, se nos olvidó qué cosa fue la UP y nos escandalizamos con algo que debería llenarnos de optimismo: el logro de un acuerdo político.

Y aún así, no contentos con haber olvidado lo que fue Marquetalia y el contexto sociopolítico al que se enfrentó el país a mediados del siglo pasado, echamos al olvido, sin pudor alguno, la sanguinaria guerra bipartidista y el hecho de que cada situación es el resultado de sus propias circunstancias, en este caso las Farc. ¿Y qué decir del Frente Nacional? Es inconcebible, y absolutamente reprochable, que la gran mayoría de la generación de los años ochenta en adelante no tenga siquiera nociones de lo que fue el tal Frente Nacional.

Y es lógico, si desconocemos el proceso histórico que llevamos a cuestas difícilmente seremos capaces de dimensionar el presente, pues, si partimos de lo que dijo Marc Bloch respecto a que "la incomprensión del pasado nace finalmente de la ignorancia del presente", entonces, debemos preocuparnos porque ni siquiera somos capaces de entender el presente que estamos viviendo, y es por ello que esta generación se limita a repetir lo que escucha, incapaz de hacer un análisis y dimensionar el trasfondo de un asunto tan complejo por el que estamos atravesando.

Pero somos circunstanciales y emocionales, eso somos los colombianos; somos capaces de defender a ultranza una idea y mañana, como si nada, despotricar de ella por cualquier evento que se presente. Además, tragamos entero cuando de hablar de paz se trata, pues, aún no hay una conciencia clara respecto al hecho innegable de que la paz no la conseguiremos con la entrega de las armas por parte de las FARC, no se trata de una causa-efecto, y es así por la sencilla razón de que mientras haya hambre, corrupción, miseria, clientelismo, politiquería, impunidad, injusticia, ¡víctimas!; mientras las condiciones que dan lugar a la guerra subsistan, difícilmente caminaremos por las sendas de la tan anhelada paz.

Será difícil, nadie ha dicho lo contrario. Alcanzar la paz llevará años, ¡décadas!, no medidas en tiempo, sino en procesos. Los colombianos debemos autoevaluarnos y preguntarnos si realmente la situación de odios y venganzas que llevamos a cuestas nos conducirá a alguna parte. No podemos olvidar jamás todo lo sucedido, y mucho menos las víctimas, pero tenemos que caminar sobre la senda del perdón a fin de lograr la reconciliación nacional, pues, de lo contrario seguiremos reproduciendo esta ola de violencia y de venganzas que difícilmente nos conducirá a la paz.

De otro lado, debe haber un compromiso serio desde nuestros dirigentes donde la justicia y la sana política sea el epicentro del ejercicio del poder. Muchos se oponen a una eventual constituyente una vez concluíos los diálogos, pero… ¿por qué? ¿Acaso no se hizo en 1991 cuando el M-19 y otros grupos guerrilleros depusieron las armas? La actual Constitución, con sus aciertos y desaciertos, implicó una reorganización con aspectos destacables.

El discurso es cursi, lo sé, pero funciona. Basta con mirar el caso de Nelson Mandela, Aung San Suu Kyi o Gandhi, quienes basaron su vida en el camino pacifista, pese a que fueron víctimas directas de atropellos. Es cierto que las Farc han causado mucho dolor, sufrimiento, muertes, etc., pero también es cierto que sin un riguroso proceso de perdón y reconocimiento difícilmente lograremos la paz. Cualquier cosa que hagamos será en vano, la búsqueda de la paz será siempre una quimera. Es fácil decirlo y difícil de aplicar, lo sé, pero al menos debemos intentarlo.



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