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Lun, Abr

El acecho y la acechada

Columnas de Opinión
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Escrito por:

María Padilla Berrío

María Padilla Berrío

Columna: Opinión

e-mail: majipabe@hotmail.com

Twitter: @MaJiPaBe

Estudió economía en la Universidad Nacional de Colombia y actualmente se encuentra terminando sus estudios de Derecho en la Universidad de Antioquia. Nacida en Riohacha, radicada en Medellín. Ha realizado varias investigaciones académicas con la Universidad Nacional y se ha desempeñado como ponente en diversos eventos académicos a nivel nacional e internacional. En la actualidad es dependiente judicial y dirige el cine club de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia.



Llegué temprano, un amigo había conseguido que me invitaran a un desayuno del partido por el cual aspiraba al Senado y no quería perderme aquél encuentro por nada del mundo. En el camino iba pensando lo complejo que sería el asunto, algo preocupada porque mi amigo no contestaba el teléfono y quizás, el anillo de seguridad, que me imaginé gigante, me demoraría un poco. El lugar del encuentro lo conocía muy bien, se me hizo extraño cuando me citaron allá. Es en pleno centro de la ciudad y no muy grande, supuse que, por la hora y el lugar, sería un encuentro a puertas cerradas.

Me bajé del taxi y observé el lugar, todo normal, unos dos policías en la entrada y en el interior se veía un afiche y unas cuantas personas. Divisé a Claudia López desde el otro lado de la calle y entonces me di cuenta que la película que había montado no se iba a rodar, no había tal anillo de seguridad, ni se iba a hacer a puertas cerradas, ni me iban a molestar a la hora de ingresar sencillamente porque el restaurante estaba funcionando de manera normal, había personas más allí que no eran propiamente invitadas del Partido, se trataba de clientes comunes y corrientes.

Me acerqué tímidamente porque, tal como lo presentí, mi amigo no había llegado y yo no conocía a nadie. Uno de los muchachos que estaban con la camiseta del partido me sonrió y me preguntó que si iba para la reunión con Claudia, asentí y dije el nombre de mi amigo, entonces me presentó a quien sería la Senadora con más alta votación por el Partido Verde y me hizo sentar junto a ella. Estaba hablando con otras personas cuando llegué, abordaban los temas más polémicos en materia de propuestas de campaña y seguidamente se hacían reflexiones en torno a las ideas que se esperaría materializar una vez electa.

Tuve unos minutos para conversar con Claudia en medio de la gente que empezaba a llegar al lugar. Leímos con algo de angustia, pero a la vez optimismo, la intención de voto por partidos y candidatos de una encuesta que acababa de publicar Caracol y, supuestamente, Claudia estaría entre las de alta posibilidad, pero nada seguro, por eso la sorpresa del 9 de Marzo fue tanta, ni ella misma esperaba esa avasalladora votación.
Mi gran sorpresa, sin embargo, fue verme unos minutos más tarde calle arriba al lado de la misma Claudia, transitando por una de las vías más tradicionales de Medellín y a la vez concurridas, en pleno centro de la ciudad, acompañando a la entonces candidata en su interacción con la ciudadanía, sin ningún tipo de medida de seguridad. Me sorprendió ver cómo se desenvolvía sin prevención alguna mientras yo observaba alrededor tratando de constatar que todo era normal, no era posible que una persona tan ampliamente amenazada estuviera en esas.

Pero no era ese el único escenario en el que se comportaba así, basta ver sus publicaciones en twitter para saber dónde va a estar Claudia minutos más tarde. Todo ello me sorprendió en demasía, y me hizo entrar en esa fase de angustia en la que rememoraba una y otra vez casos como el de Jaime Garzón, que por desafiar las leyes de la inercia social colombiana, terminó acribillado cobardemente a manos de quienes hoy aún se pueden jactar de la impunidad.

Por eso, cuando en días pasados se encendieron las alarmas sobre los planes asesinos que aún continúan fraguándose en contra de Claudia López, muchos han tendido a mostrarse preocupados ante la situación, y más aún, ante el desafío que la misma Claudia le pone al gobierno: "no me voy a ir del país". De cierta manera la decisión muestra la férrea convicción de quien se propone cambiar el curso de la historia del país y la indignación de quien no siente que tenga que salir huyendo, pues, en últimas, como ella misma dice, son los violentos los que tienen que irse, no los ciudadanos de bien.

No obstante, pese a que tiene razón y a lo plausible de su decisión, no deja de ser preocupante la situación, pues, no podemos seguir aceptando que este tipo de prácticas incrustadas en nuestra realidad sigan socavando las bases de una democracia que nos jactamos tener, la misma que quieren hacer funcionar a pulso de urnas y amenazas, donde quien fue avalado por el pueblo tiene que someterse a la persecución.



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