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Mié, Jun

Recursos naturales: la riqueza que podría destruirnos

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Escrito por:

Juan Cardona Acosta

Juan Cardona Acosta

Columna: Opinión

e-mail: jcardonaacosta@gmail.com

Cuando hablamos de conflictos internacionales, solemos imaginar ejércitos, fronteras en disputa o negociaciones tensas entre mandatarios.  Pero más allá de las cámaras y los titulares, hay una guerra más discreta, casi silenciosa, que está definiendo el nuevo orden mundial: la lucha por los recursos naturales estratégicos.

No es una guerra de trincheras, ni de cañones, sino de minerales y contratos.  Se libra en los desiertos de litio de América Latina, en los pozos petroleros de Asia Central y en las cuencas hídricas cada vez más secas del Medio Oriente.  Y aunque muchos no la vean, sus consecuencias nos afectan a todos: desde el precio del gas hasta la estabilidad política de una región entera.

Tomemos como ejemplo el litio.  Ese metal ligero, esencial para las baterías de nuestros celulares, computadores y carros eléctricos, se ha convertido en el nuevo oro blanco.  Bolivia, Chile y Argentina concentran más del 50% de las reservas globales.  Esto ha puesto a estos países en el centro de una competencia feroz entre grandes potencias y empresas multinacionales.  Lo que en principio parece una bendición, una oportunidad de desarrollo para nuestros vecinos del sur, también puede convertirse en fuente de tensiones sociales, conflictos ambientales y una dependencia económica peligrosa si no se gestiona con sabiduría.

Colombia, aunque no esté en el triángulo del litio, no está ajena a este escenario.  Somos un país con una riqueza hídrica y minera considerable.  Nuestra biodiversidad y nuestros suelos son codiciados por industrias extractivas, legales e ilegales.  El auge de la transición energética, tan necesaria frente a la crisis climática, está elevando la demanda de cobre y níquel.  ¿Estamos preparados para enfrentar esa presión sin repetir los errores del pasado?

Porque la historia nos muestra que la abundancia de recursos no siempre ha sido sinónimo de bienestar.  De hecho, muchas veces ha sido todo lo contrario.  El petróleo en Venezuela, los diamantes en África o el coltán en el Congo nos lo recuerdan.  Cuando los recursos se convierten en un botín y no en bien común, terminan alimentando la corrupción, la violencia y la desigualdad.

Asia Central es otro claro ejemplo.  Una región rica en petróleo, gas y minerales, atrapada entre los intereses de Rusia, China y Estados Unidos.  La iniciativa china de la Franja y la nueva Ruta de la Seda ha intensificado esta competencia, en la que no solo se disputan recursos, sino influencia política y rutas comerciales.  A esto se suman conflictos por el agua entre países vecinos, agravados por el cambio climático.  Aquí, como en muchas partes del mundo, el acceso a los recursos ya no es solo un tema económico, sino una cuestión de seguridad nacional.

Y ese es, quizás, el punto más importante: la lucha por los recursos naturales se ha convertido en el nuevo eje del poder global.  La rivalidad entre China y Estados Unidos, por ejemplo, no se limita a la inteligencia artificial o al control del Pacífico.  También pasa por el dominio de los minerales estratégicos que permiten fabricar tecnología, armamento y sistemas energéticos.  En otras palabras, quien controla los recursos, controla el futuro.

Pero hay una paradoja.  Mientras las potencias se disputan el subsuelo del mundo, el planeta nos lanza señales claras de agotamiento.  La escasez de agua, la desertificación, la pérdida de tierras fértiles y la crisis climática nos están diciendo que no podemos seguir extrayendo sin medida. 

Frente a este panorama, el gran desafío no es solo técnico o diplomático.  Es profundamente ético y político.  Necesitamos repensar nuestra relación con la naturaleza, asumir que los recursos naturales no son infinitos y que deben ser gestionados con responsabilidad y equidad. 

En Colombia, esta reflexión es urgente.  Estamos en un momento de transición energética, con debates abiertos sobre la exploración de hidrocarburos, la minería a gran escala y el uso del agua.  Las decisiones que tomemos hoy no solo definirán nuestra economía, sino también nuestra estabilidad social y ambiental en las próximas décadas.

Porque al final, es una historia que se está escribiendo aquí y ahora, en nuestras cordilleras, en nuestros páramos, en nuestras selvas.  Una historia donde el verdadero poder no solo está en quién extrae más, sino en quién sabe cuidar mejor.

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