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Vie, Abr

Primera guerra mundial

Editorial
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Ya sabemos que, ahora sí, vivimos una guerra verdaderamente mundial. La primera de una nueva cuenta. No puede merecer sino ese nombre, pues involucra prácticamente a la totalidad de los países del mundo, y no solamente a los gobiernos, sino a los pueblos. Las llamadas guerras mundiales del siglo XX fueron esencialmente guerras europeas, aunque hayan salpicado de sangre otros parajes. Además, fueron enfrentamientos de unos estados contra otros, mientras que en la de hoy todos estarían llamados a estar del mismo lado, por encima de sus diferencias políticas, que nada significan ante la índole de una amenaza común.

 

En la segunda mitad del siglo XX, y en eso consistió la Guerra Fría, el mundo vivió, sin armas, una controversia fundamentada en visiones distintas de la política y de la economía. Al mismo tiempo se dedicó a prepararse para que sus defensas estuvieran listas a rechazar el ataque de una de las grandes potencias de la época, o de alguno de sus aliados, o agentes, que les sirvieran de testaferros para librar guerras locales o regionales. Las afiliaciones, voluntarias o forzadas, a uno u otro campo, coparon la geografíaa del planeta.

A ese ritmo se desarrolló la “carrera armamentista”, advertida por Eisenhower cuando, en la agonía de su presidencia, denunció las consecuencias que para el mundo traería, como trajo, la alianza de la industria con el objetivo de desarrollar armas cada vez más sofisticadas, apoyada por la ciencia, al servicio del propósito de que los países pudieran ser, o parecer, más fuertes que todos los demás. Para no traicionar, en los papeles, el compromiso con la paz, se acuñó la peregrina, y a la vez irrefutable, teoría de que la disuasión del oponente era la clave del respeto mutuo y del mantenimiento de la paz. El equilibrio del terror.

El año 2020 despuntó nublado con una amenaza invisible, creciente e implacable, capaz de producir un verdadero, e inédito, paro mundial. Nadie tenía preparado arsenal suficiente para defenderse. De ahí que la tarea principal, para enfrentarlo, sea la de esconder a la especie humana, cada quién en su refugio, mientras los estados se pueden dotar del arsenal necesario para combatirlo y derrotarlo.

Desde armas nucleares hasta ametralladoras montadas en camionetas, los Estados se habían preparado para afrontar eventuales nuevos episodios de las guerras tradicionales: enfrentamientos tribales de miembros de una misma especie, en la mayoría de los casos llenos de odio, disfrazado de ideales, y sedientos de poder.

Nuevas alianzas, encuentros y desencuentros, entre industria y estados se irán haciendo evidentes, al impulso de las necesidades de un proceso que requerirá del avance de fronteras de la ciencia como elemento que marcará diferencias importantes, otra vez, entre países que tengan una u otra capacidad de producción científica o de recursos para hacerse a los resultados de ella. También se movilizará el aparataje requerido para hacer negocios e influir en las organizaciones y en los estados. La industria farmacéutica será abiertamente protagonista de acciones que tendrán consecuencias no solamente en el campo de la salud sino en el de la política, y la geopolítica.

Una especie naciente de “ciudadanía mundial” tiene justo ahora oportunidad de reclamar que todos, absolutamente todos, los sectores de la vida nacional e internacional comprendan que pueden, por una vez, dejar de ganar, en lugar de aprovechar de la ocasión para acentuar su control, cuando los damnificados de la crisis actual vuelvan a la normalidad, desvalidos, a recibir apenas el “beneficio” vergonzoso y abusivo de que sus deudas se vuelvan a programar.

El espacio está abierto, en medio del desconsuelo de ahora, del encierro reflexivo y de la sensación de resurrección que tendrá lugar cuando el mundo salga de este problema, para la irrupción de nuevas formas de aprecio de la condición humana, de acción política, de trámite de aspiraciones sociales, y de solidaridad. Hay que aprovechar la oportunidad.



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