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Sáb, Abr

Por repudiar a los colombianos

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jesús Iguarán Iguarán

Jesús Iguarán Iguarán

Columna: Opinión

e-mail: jaiisijuana@hotmail.com


Es mi primo Fulgencio, exclamó Pedro “Cantia’o” al ver un cadáver rodeado por una multitud de chismosos quienes igual que él, deseaban saber de quién se trataba el difunto, - los colombianos lo mataron para robarle JEEP. – Complementó, - repitió tantas veces esta frase que su repudió la tradujo en maldición.
Decidió llevarse el cuerpo sin que la justicia hiciera el levantamiento del cadáver, seguidamente se acercó a una casa funeral por la adquisición de un caro ataúd y obtener los servicios de un carro funeral para trasladarlo a Maracaibo.
Corrían el primer lustro de los años setenta, la moneda venezolana se consideraba la moneda patrón del mundo latino americano, de manera que muy cara que parecieran las cosas, para Cantia’o no significaba ningún esfuerzo, pues el finado primo era una persona adinerada.

Cantia’o partió a Maracaibo dando aviso por la radio de la muerte de su primo y que él seguía con el occiso a hacerle entrega a su familia. El puente sobre el rio limón aún no existía, para crúzalo debería ser mediante un pequeño ferry donde solo había cabida para una docena de vehículos, la fila de espera era casi interminable, sin embargo, la presencia de la víctima tuvo preferencia y decidieron sacar a un vehículo que ya estaba cómodamente en la nave fluvial, para acomodar la ambulancia del finado.

Al llegar al hogar del extinto, Cantia’o se acercó a la señora de Fulgencio a comunicarle que se llenara de valor y ánimo para enfrentar la noticia de haber perdido su compañero solo para despojarlo de su vehículo, la señora se negó a ver el inmolado, mientras los hijos inconsolables lloraban por la muerte de su padre. Debido a gran amistad que el difunto conservaba, múltiples amigos se acercaron a cumplir con el deber sagrado de expresar sus sentidas condolencias.

A la hora de su sepultura, a la vista de todos, asoma un JEEP, “allí vienen los colombianos que lo mataron, vamos a su encuentro” instigó Cantia’o. La aglomeración se espantó como palomas atemorizadas por perro tras el vehículo.

De repente el apetito de venganza se catequizó en júbilo, el llanto en risa, el dolor en deleite, la pena en regocijo, todos agasajaban como si se hubieran topado con el juicio universal, pues la humanidad de Fulgencio se mostró ilesa conduciendo su campero.

¡Fulgencio está vivo ¡exclamaron, y lo que antes era un velorio se cristianizó en una jubilosa parranda. Pedro Cantia’o, quedó solo en la sala acosado por la pena. Le tocó sepultarlo en Maracaibo y marcharse a Maicao.

A su llegada, se tropieza con una pesadilla mayor que la vivida en Maracaibo, pues los familiares del auténtico difunto se hallaban en Maicao procedentes de Cartagena, comparecían en su búsqueda para darle sepultura, le exigieron que se hiciera entrega del cuerpo que sacó del país, además le informaron que los había dejado sin piso jurídico por llevarse los despojos de su familiar sin permitir el requisito irrenunciable del levantamiento del cadáver.

Después de largas conversaciones, la presencia de Fulgencio Fuenmayor ante los familiares del occiso, comprobaron que se asemejaban como homocigóticos gemelos y consideraron que la conducta de Cantiaó fue mera equivocación, agradecieron su gesto exponiendo que debido a su pobreza jamás hubiesen en un ataúd valioso, menos transportarlo en ambulancia lujosa, ni sepultarlo en un cementerio de alto costo. Cantia’o y su familia debieron pagar una alta suma en bolívares como indización. En definitiva repudiar a los colombianos tiene un alto valor.


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