El pasado 4 de febrero una cauda numerosa de atribulados dolientes a Rafael Augusto Gamboa De la Ossa a su postrer morada acompañamos. En los rostros de los asistentes a su funeral se observaba el sentimiento sincero de una honda pena por su fallecimiento y una muy copiosa y bella ofrenda de fúnebres coronas reafirmaba el dolor que a sus amistades causó su inesperada muerte, en tanto ella se derivó, no de un mal que a sus 88 años podríase esperar que lo afectara, sino de un infausto accidente casero que melló en menos de dos semanas su hasta entonces férrea salud y doblegó el roble que fue su fortaleza humana.
Abatido por su partida, pretendí hilvanar unas palabras a manera de 'farewell' luego de la eucaristía ofrendada por el eterno descanso de su alma y hube de a su deudos y dolientes aclarar al comenzarlas, que se me excusara si se me quebraba la voz -como en efecto me ocurrió-, puesto que para los míos y para mí -me refiero a mis padres (RIP), a mi esposa y a mis hijos, "el señor Gamboa", como mi padre nos enseñó a llamarlo, formó parte íntegra y vital de nuestra íntima familiaridad, que por más de veinticinco años a diario, ¡sí, a diario!, se forjó en el yunque de la generosidad, de la lealtad, de la amistad y de la mutua prodigalidad y se así en el horno de un candeloso humor, satírico, burlesco, de asaz magín y rico cacumen, que en efecto era 'candela viva' y que como eximios exponentes de la gracia, la imaginación y la jocundidad, el histrionismo, la eutrapelia y la dicacidad a lo largo de sus vidas hicieron gala 'el señor Gamboa' y mi padre, Juan de Dios Del Villar, 'el Camarada'.
Dije entonces, como bien lo sabemos todos por cuanto, a no dudarlo, en alguna ocasión de nuestras vidas lo habremos disfrutado más en otras, padecido, que hay seres quienes agradecen los favores en tanto otros bellacos los ocultan y niegan o para mayor perversidad de su bellaquería, los vengan. Al hacerlo, me refería a la generosa liberalidad que en lo personal 'el señor Gamboa' siempre tuvo con mi padre -bueno y con muchos otros 'clientes' por él también 'surtidos' y obsequiados-, quien al tocar el corazón, que no la puerta, de su colmena de abastos, sita en plena plaza del Mercado Público, 'el señor Gamboa' le acreditaba presto, casi a diario, parte de nuestra pitanza familiar, que además de fiada, ñapeada con largueza era, cuando no, obsequiada toda en numerosas ocasiones.
'El Camarada', quien se las traía luculoneano, savarinesco, vatelista y trofólogo en materia de suculencia gastronómica, en sibaritas pipiripaos, versallescos peteretes y espléndidos gaudeamus convertía los eutróficos abastos de 'el señor Gamboa', los que en recíproco gesto y agradecido 'miti y miti' le hacía llegar con su leal escudero, 'el mono' -un sanchesco personaje que al hidalgo 'señor Gamboa' no perdía pisada-, servidos en un portacomidas alemán de peltre azul ¡cómo olvidarlo! pues por esos evos no habían inventado el detestable y antiestético plástico de los actuales portacomidas y demás corotos caseros. Ahh… pero como no soy, ni jamás de los nuncas (sic, mío) podré ser felón santanderista y de la lealtad y del agradecimiento hago sacro culto bolivariano, reconozco a los cuatro vientos y recordaré por siempre agradecido, la mano tendida y magnánima de 'el señor Gamboa' en cuanto de vida me reste.
Capítulo aparte merece el desbocado humor de nunca acabar de 'el señor Gamboa' que a rodo desbordaba su ingenioso magin y su creativo cacumen -que con el de 'el Camarada' quiñaba-, lo que hacía de ambos 'uña y mugre', dupleta inseparable de nuestra berrochona y vernácula alegría, propia, inherente, consubstancial con los espíritus superiores, universales, de consumada pepa y conspicuo caletre. Porque una cosa es la ironía hirsuta, la badomía vulgar, la mordacidad grotesca de ramplona grosería y frígida frialdad (sic, mío) de limitada comprensión para y por "la humanidad entera que entre cadenas gime", evacuada por ridículos plagiadores babosos, de simplónes hazmerreir, flatulada por insípidos mequetrefes estrafalarios, bufones de poca monta, frívolos y vanidosos intelectualoides, churchillianos anglosajones ¡pero mestizos! y burgueses tropicales que mueve a mueca burlesca y despreciable desdén dignos de mejor causa y otra cosa es el chiste deleitable y jocundo, el carientismo ingenioso y dicaz cuya cerebral mandarria, ridiculiza, patentiza y lapida determinadas situaciones, a celebérrimos personajes o a necios homúnculos de los que se hace graciosísima alegoría, imaginativa ocurrencia, humorista sátira, que estos originales apuntes sí que mueven a la carcajada espontánea, a la franca y desternillada risa que trasciende cuadras, parques, plazas, tertulias y cafeterías, hasta los confines mismos del deleite humano.
A nuestro añorado, entrañable y queridísimo pastor de sierpes y 'conservitas de leche', ('constrictoras' aquellas, 'ahumadas' éstas) puesto los justos siempre andamos por la pía y casta senda de El Señor y nuestro pastoreo espiritual, por ende, resulta innecesario, el Ilmo. y Rvdmo. Señor Obispo Emérito de Santa Marta, Monseñor Ugo Puccini Banfi, espíritu de proverbial alegranza y célica grandeza, cierto día hube de oírle en memorable conción: "La alegría es un don de Dios que Él solo concede a las almas pías y bienaventuradas; la alegría es sinónimo de amor y donde hay amor no hay maldad y donde no hay maldad mora El Señor; quien ríe no puede odiar, quien alegra la vida al prójimo y comparte su alegre gozo entre quienes lo rodean, traerá salud anímica y física a sus almas y a sus cuerpos y de él será, al final de sus días, el reino de los cielos…." y aquí dirigióme su bienhechora mirada, por lo que de dichas palabras 'in pectore' me dije, si es puya que me caiga…
Estimo entonces, sin lugar a descarteana hesitación, que la letífica conción de nuestro obispo Ugo, sin haberlos conocido a 'el señor Gamboa' y a mi apá también los cobijaba, lo que para ambos habrá sido allá en el empíreo donde gayos y ledos gozan de la vida eterna y sentados a manteles en un sibarita lectisternio celestial, sin dioses pero con Dios, sin estatuas pero con Santos, una sacra y morrocotuda indulgencia con efecto retardado. Llegado a este punto ¡y pónganle la firma! aquí habrán (y Abrahan Robles y Abrahan Correa y Abrahan Katime y Abrahan H. Mora y 'abran' la puerta que yo me voy…!) amargados zoilos que se 'soponcien' y 'patatuséen'…. ¡Je… je… je…!, como 'jejejea' el inefable Carlos Monery).
El año pasado, cuando a encontrarse con 'el señor Gamboa' y mi apá partió al empíreo otro bacán -denodado apóstol él también de la alegría y la risa-, nuestro inolvidable y asaz querido Raúl Caballero Elías, le compuse un soneto In Memoriam, que precedí con este cuartillo, también de mi autoría, que en el caso de la partida de 'el señor Gamboa' -y de la de todos aquellos seres a quienes entrañablemente queremos pero que nos han precedido en el descanso eterno y para ellos brilla ya la luz perpetua-, a funérea realidad se ajusta, cuartillo que me salió de la honda mesticia que me embargaba en aquella ocasión y que hoy también me abruma por la ausencia de 'el señor Gamboa' porque… ¡carajo! cuánto cuesta, a pesar de nuestra cristiana resignación y nuestra irreductible fe católica, resignarnos a la pérdida de un ser querido…!, de allí que:
La muerte, cosa cierta, en tanto inexorable,a todos nos acecha sin regla de excepción,mas siempre la tomamos cual algo inaceptableno obstante que sabemos no tiene solución.
He dicho.
Por: Oliverio Del Villar Sierra
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