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Editorial
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El nuevo encargado de las relaciones internacionales de la Gran Bretaña tiene la aureola de haber sido primer ministro, que le abre puertas, pero no puede evitar que le persigan las sombras de sus actuaciones anteriores.

David Cameron, consagrado ahora Lord a la carrera, para poder formar parte del gabinete de Richi Sunak, vuelve a la mesa del gabinete, que presidió hasta 2016, cuando su fracaso en el referendo del Brexit le obligó a renunciar y apartarse, se pensaba para siempre, de la vida política.

Lord Cameron fue en su momento celebrado como típico representante del establecimiento político conservador de la Gran Bretaña. Nació el ambiente adecuado, se educó donde debía, se distinguió por lo que se debía distinguir, entró a la vida política cuando debía hacerlo, y llegó a la jefatura del gobierno con aureola de gobernante prometedor.

Su facilidad de interlocución con los otros líderes mundiales de su época dio una impresión de éxito, pero solamente después de su partida se vinieron a conocer detalles de sus ejecutorias, con sus cuotas de éxitos, equivocaciones y fracasos, naturales cuando se defienden intereses enormes y complejos.

Le correspondió orientar la posición británica ante la primavera árabe. Proceso a la postre fallido, que apreciado en su conjunto conllevaba para su país una cuota de responsabilidad histórica, debido a su participación en el reparto de los despojos del Imperio Otomano y el fracaso de los experimentos democráticos propios de la era de la descolonización.

Junto con otros líderes occidentales, Cameron participó en la intervención en Libia con el propósito de deponer al dictador Gaddafi, antiguo amigo de distinguidos personajes de las democracias europeas, que movidos por el interés en el petróleo pasaron de venerarlo a propiciar su muerte, sin dejar en reemplazo un proyecto decente de reconstrucción del país cuya ruina habían propiciado.

En el delicado asunto de las relaciones con Israel y Palestina, en algún momento Cameron llegó a afirmar que los palestinos en Gaza estaban “como en un campo de prisioneros”, pero entró luego en un proceso de acercamiento que consiguió la aceptación de los israelíes, cuya relación con los británicos fue bastante agridulce desde la época del mandato que se hicieron atribuir sobre la región luego de la Primera Guerra Mundial.

No se puede pasar por alto que Cameron estaba al mando del gobierno cuando Rusia protagonizó la toma de Crimea, que no suscitó una respuesta contundente de parte de todo el bloque occidental, y que aparte de excluir a los rusos del G8, permitió que cada quién se acomodara en la búsqueda de intereses comunes con el Kremlin de Moscú. Con lo cual se sentó un precedente de suavidad que facilitó las ilusiones de Putin respecto de controlar toda Ucrania. Si olvidar que Londres se consolidó como sede alterna de los oligarcas rusos.

Pero el antecedente más relevante de Cameron en materia de relaciones internacionales fue al mismo tiempo el descalabro más ostensible de su gestión, con implicaciones internas e internacionales: el Brexit. Suceso que constituyó sin duda el acontecimiento más importante de la trayectoria internacional británica desde la Segunda Guerra Mundial.

Para el entonces primer ministro fue un fracaso descomunal el de no haber podido evitar la salida de su país de la Unión Europea, después de que él mismo hubiera prometido realizar la respectiva consulta popular, con la convicción, equivocada, de que el resultado sería favorable a su deseo de permanencia. Ejemplo típico de una maniobra de desastre, que le obligó a irse el gobierno y dejar un país dividido al interior y a la deriva frente al mundo, al separarse de la Europa comunitaria.

El retorno de un antiguo jefe de gobierno, que deberá seguir las instrucciones de un primer ministro novato, como Sunak, que apenas había entrado al parlamento cuando el otro ya estaba de salida, no obedece a la tradición británica contemporánea y ha sido objeto de todo tipo de interpretaciones.

En política nadie está perdido ni se retira para siempre. Por ahora, la aparición de Lord Cameron en el tinglado de la política internacional, en una época convulsa y cargada de indecencia, le da peso a la presencia de la Gran Bretaña en el mundo. Tal vez su experiencia le sirva para desenvolverse en medio de esa feria de exacerbación de los instintos más primitivos de gobernantes dedicados a la exaltación de ese ego nacionalista capaz de destruir todo lo que se interponga en su camino.

Si lo hace bien, y lo sabe exhibir y aprovechar, quedaría políticamente resucitado. Casos se han visto. Por lo cual se puede llegar a demostrar que no regresó en vano al escenario y puede entrar nuevamente a jugar dentro de las difíciles ecuaciones de poder al interior de su partido, que vive una crisis de desgaste luego de la infortunada gestión de sus sucesores, Teresa May, Boris Johnson, la fugaz Liz Truss y Richi Sunak, que figura en las encuestas camino de salir del poder por la puerta pequeña.