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Vie, Abr

Entierro de tercera

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Lopez Hurtado

José Lopez Hurtado

Columna: Opinión

e-mail: joselopezhurtado13@yahoo.es



La inevitable injerencia de E.U. en los destinos y decisiones de América Latina y  de otras latitudes es una constante histórica, que se afianza en la medida que nuestros gobernantes pasan, cada tanto, genuflexos  por la Casa Blanca pidiendo dineros para las necesidades coyunturalmente más apremiantes. Pero por supuesto que nada es gratuito.  

Como no lo fueron  en su momento el Plan Marshall, diseñado en teoría para apoyar económicamente a los países derrotados en la gran guerra, pero cuyo secreto aliciente era el temor al comunismo, y por lo tanto,  más de tipo estratégico y táctico que humanitario, o como el  Plan Kissinger, pensado para nuestros países,  a raíz de la crisis de la deuda externa, de la década de los noventa.

Pero, por infortunadas circunstancias, todas las cosas, han salido al revés, en este pedazo de tierra, situado al sur del  Rio Grande, por desidia, por incompetencia, por irresponsabilidad, por enanismo histórico,  como dijera el gran Maestro Eduardo Galeano, de las clases dirigentes que nos tocó en suerte.

 La historia del Plan Colombia reviste caracteres semejantes  y desaciertos insospechados, ya que a lo largo de quince años, Bill Clinton y Bush, Pastrana y Uribe, privilegiaron el componente militar para derrotar a la guerrilla, con el más descomunal  "apoyo" en millones de dólares, sin que este resultado se hubiera producido, pues no fue posible que las Farc arriaran las banderas, porque si así hubiera sido, no tendría ninguna razón de ser las conversaciones  que desde hace tres años se desarrollan en La Habana para suscribir acuerdos que lleven , según sus promotores, a la terminación del conflicto.

Por el contrario los frentes guerrilleros aumentaron  y el grupo subversivo se convirtió en una de las organizaciones más poderosas en el mundo en el negocio de las drogas ilícitas, con un balance inusitadamente alto en pérdida de vidas humanas de combatientes, Ejército y población civil, incorporada a la guerra  por su propia dinámica letal, en las condiciones más deprimentes de indefensión y desamparo.

Eso fue lo que el gobierno colombiano esta semana celebró con Obama en Washington: el más rotundo fracaso  de uno de los ejes de la política bilateral en los últimos tres lustros.

Para disfrazarlo ahora Colombia solicita 450.000 millones de  dólares anuales, para atender,  de firmarse los acuerdos, los compromisos  derivados  de la agenda agraria y de participación política, particularmente para las zonas más afectadas por la sangrienta historia de los pasados sesenta años, y así no se quiera decir con voz en pecho, a enfrentar a las economías criminales, que según recientes informes del Washington Post, han convertido de nuevo a Colombia en el primer productor mundial de coca. Es decir, más de lo mismo, pero dicho de otra manera, es decir, con otro destino: dineros para la paz, aun cuando los elementos que componen el escenario, son los idénticos a los de 1990.

El benevolente gesto de Obama, ya de salida, de aceptar la solicitud de apoyo , por otra parte, se limita a eso, en la medida que será el nuevo gobierno, y en particular el Congreso, y de manera especial, la bancada republicana ,hoy reacia, la que dirá la última palabra . Pero, como fuere, queda en el ambiente la sensación de que el Plan Colombia, por más que quiso ser adornado con  bellos y fragantes cosméticos mortuorios, tuvo un entierro de tercera, como lo merecía.
Por: Jose Lopez Hurtado 



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