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Mié, May

El juego del dominó

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Cesar Arismendy Morales

Cesar Arismendy Morales

Columna: Reflexiones

e-mail: cesaridys@hotmail.com

Economista de la Universidad de los Andes y Licenciado en Ciencia Sociales de la Universidad Distrital de Bogotá. Cursó estudios de Planificación del Desarrollo Rural y Urbano en la Universidad de los Andes y en el Instituto de Estudios Sociales de La Haya Holanda. Igualmente estudios de maestría en Desarrollo Regional en la Universidad de los Andes y cursos de Ciencias Políticas en la Universidad de Minnesota - Estados Unidos.



Se necesitan máximo cuatro personas dispuestas para el cierre y la acostada, cuatro sillas, una mesa resistente y un pedazo de tiza para iniciar un "chico" de dominó. Un árbol de almendro, una enramada o cualquier terraza de una estratégica esquina, sirve para brindar sombra a sus concentrados jugadores.

El dominó es una vivencia colectiva en nuestro Caribe. Para su disfrute no se necesita saber el origen de las reglas, ni la procedencia de sus jugadores. En torno de la mesa nadie se pregunta la razón del encanto que se siente cuando se abre el primer turno con un doble seis. El tableteo que producen las pequeñas fichas al tocar la mesa, como la vieja campanada de la iglesia del pueblo, retumba indicando que el tiempo va pasando. Se juega para matar el tiempo.

Al comienzo del siglo XX, el dominó se hizo más popular en los puertos que al interior de las ciudades. Era practicado por los trabajadores que se encargaban de montar y desmontar las cargas de los barcos que salían y entraban. Eran los tiempos en que las comunicaciones portuarias no estaban desarrolladas técnicamente. No existían los cronogramas o fechas precisas de servicio a los buques. El trabajo portuario se caracterizaba por las largas esperas. Mientras el mástil de la embarcación no se apareciera en el horizonte marino frente a la enramada, los trabajadores se entretenían con el seco sonido de las fichas.

Ese juego salió de los puertos y las aldeas, instalándose en el corazón de nuestras ciudades. Hoy todo ha cambiado, se sigue matando el tiempo porque no hay nada más que hacer. En el medio urbano, este juego ha estado asociado con el ocio y al desempleo que existe en nuestras ciudades. Quienes lo juegan, son jóvenes y adultos en edad de alta productividad. Son ellos los que se petrifican en la mesa de día y de noche, manteniendo su particular e interminable romance con las fichas que parecen panelitas con punticos de azúcar.

En este comportamiento, se esgrimen múltiples razones. Los jóvenes explican que juegan dominó por cansancio y para apaciguar la angustia. No tienen para donde agarrar, después de haber tocado las puertas de las instituciones públicas y privadas en donde se ofrecen para trabajar. Las personas en edad madura, señalan que la motivación por el dominó surge de la condición de jubilados, ya que se encuentran separados de la producción directa. Para ellos no hay "camello", laboralmente no sirven para generar ingresos en los hogares más allá de la pensión.

La abundancia de mesas de juego en las calles de las cabeceras municipales de La Guajira puede ser el mejor indicador del nivel de desempleo existente y la falta de espacio público para la sana recreación. La reciente ola de violencia en Riohacha, ha tenido como objetivo a entusiastas jugadores de dominó, reflejando que nuestros jóvenes al no tener oportunidades para obtener ingresos formales, buscan medios alternativos e ilegales para ganarse la vida por fuera de la mesa y que cuando a ella se acercan para iniciar un nuevo juego, es para perderla. Las estadísticas no mienten, en Riohacha ya son 15 personas asesinadas con las fichas en las manos y pensando en la siguiente cruz.



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