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Vie, Abr

La historia de Maicao en los sesenta

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Alejandro Rutto Martínez

Alejandro Rutto Martínez

Columna: Opinión

e-mail: alejandrorutto@gmail.com



Debo aclarar que nací a mediados de la década sobre la cual escribo y por eso no es mucho lo que la memoria guarda. Recuerdo eso sí que la gente andaba en burro, en caballo y en mulo.

Los burros y mulos eran utilizados también para transportar el agua. Como este líquido siempre ha sido escaso algunas personas se las ingeniaron para hacer rodar por el suelo un barril acostado al que llamaban pipa. El barril era arrastrado por un burro o mulo (los caballos eran animales aristocráticos y no eran sometidos a estas duras faenas). Quienes así vendían el agua no podían llamarse de otra manera: Piperos. Y eran personajes muy importantes en el pueblo.

Mi viaje hacia Maicao fue más cómodo que el de ellos: no vine en múltiples vehículos como mi papá; ni en bus mixto ("bus escalera" o "chiva" le dicen en otras partes); ni a lomo de burro, caballo o mulo como otros lo hicieron. No señor. Mi llegada fue en el cómodo, fuerte y tierno pico de una cigüeña que era como los niños veníamos en ese entonces.

Eso era lo que halaban los visitantes entre ellos. Otros se atrevieron a decirles cosas duras en la cara a los nuevos papás. Una parienta le preguntó a mamá: ¿"tú quieres eso"?.

La respuesta fue una mirada digna y palabras...que no pueden repetirse por impublicables. A mí papá un vecino le dijo: "Compa, ¿no le preocupa que el niño sea tan blanco? Y la respuesta fue: "me preocuparía más si fuera negro".

Para la época lasa casas eran de barro y madera. La estructura era rectangular y el techo era de zinc y lo construían en forma de triángulo. Pero el techo era tan alto que hubiera servido casi para albergar un segundo piso. Para entonces no se habían inventado los pasillos (o por lo menos, nuestros diseñadores no los empleaban) de manera que, para pasar de la sala a una habitación era necesario pasar por otra u otras. La privacidad ni existía, ni se estimaba necesaria. Los patios eran extensos y estaban separados por alambre de púas o cercas de madera ("de palo" le decían). Todos en el vecindario tenían gallinas, pavos y cerdos. Y es fácil imaginar los incidentes por las frecuentes pérdidas de estos animales. Algunos vecinos eran llamados, secretamente, "la onzita", "el zorro" y apodos por el estilo.

El pueblo era pequeño pero su comercio comenzaba a despuntar. Mi papá vivía feliz después de cuatro años de soltería en los cuales su única vida social era la reunión con unos paisanos con quien se sentaba a tomar whisky mezclado con coca cola. Siempre después de las seis. Siempre en la puerta de la calle. Hablaban de todo. De la patria lejana.

Del crecimiento del pueblo. De los nuevos habitantes. De todos, menos de novias, creo yo. Aquellos paisanos eran curas capuchinos y trabajaban como misioneros en la región. Pronto les hablaré de la década de los setenta.



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