El presidente Yoon Suk Yeol impuso hace cuatro meses la ley marcial en Corea del Sur, sin que a la vista del público se hubiese presentado una situación que ameritara semejante medida. Según él, la oposición había tratado de paralizar el gobierno con “actividades anti-Estado que amenazaban la democracia”. Las tropas enviadas a tomarse la Asamblea Nacional no consiguieron hacerlo antes de que la corporación votara unánimemente en contra de la declaratoria presidencial. Lo que hubiera podido pasar de ahí en adelante quedó sin saberse, pues Yoon no tardó en echar para atrás la medida, con la aprobación de su gabinete.
La inesperada declaratoria del presidente causó conmoción no solamente en el país sino más allá de su única frontera terrestre, con Corea del Norte, que tuvo que ver el hecho como una amenaza y seguramente adoptó medidas urgentes, de naturaleza esencialmente militar, para cualquier contingencia. A pesar de esporádicas aproximaciones y contactos, entre las dos Coreas persisten diferencias profundas entre sus modelos políticos y económicos y sus afiliaciones internacionales, y subsiste un recelo de alta intensidad.
Sin que se sepa qué tan al día hubiese estado la información de sus espías, los amigos tradicionales de los surcoreanos mostraron inmediata sorpresa. Los Estados Unidos, interesados en alejarse de cualquier conflicto y cambiar el volumen y el tono de obligaciones de protección asumidas en la postguerra, debieron prever su forma de reaccionar para mantener su nueva línea de conducta hacia sus aliados. Japón y China, que estrenan nuevas modalidades de relaciones con Corea del Sur y ven en ella una aliada necesaria para ubicarse en el orden mundial que se inclina hacia el Pacífico, tuvieron que hacer sus cálculos para la eventualidad de un gobierno en Seúl dominado por consideraciones militares.
Corea del Sur, parte de una nación que vivió en el Siglo XX la experiencia de ocupación extranjera, y cuya versión institucional más reciente surgió de una guerra civil, pasó por eventos de autoritarismo y corrupción que no desea volver a editar. Allí no se ha extinguido la memoria del autoritarismo de Syngman Rhee, la dictadura de Park Chung-hee, su asesinato por su propio jefe de espionaje, ni el gobierno de facto de Chun Doo-hwan, ambos protagonistas de gobiernos autoritarios. Tampoco se ha olvidado la experiencia de presidentes elegidos democráticamente y condenados por diferentes delitos y acciones contra la institucionalidad, como Roh Tae-woo, y Park Geun-hye, primera mujer presidente, aunque más tarde hayan sido perdonados.
Como en la Corea del Sur contemporánea han echado raíces una tradición democrática y una capacidad apreciable de movilización ciudadana, aunque Yoon abandonó su propósito, debía responder por su aventura inconclusa. El parlamento se ocupó de descifrar la actitud del presidente para aclarar los motivos de su medida y lo acomodaticia e injustificada que esta hubiese podido ser, con lo cual quedó expuesta la imposibilidad de que continuara en el poder.
La ley marcial, que no se había declarado por más de cuatro décadas, implicaba la cesión de poderes por parte de funcionarios públicos a personal militar. Según la Constitución coreana, el presidente puede declarar la ley marcial “para hacer frente a una necesidad militar o para mantener la seguridad y el orden públicos mediante la movilización de las fuerzas militares en tiempo de guerra, conflicto armado o emergencia nacional similar”.
El decreto que designó al General Park An-su como comandante de las acciones requeridas, seguido de la prohibición de la actividad de los partidos políticos, la circulación de “propaganda falsa”, la intervención de los medios de comunicación, y la prohibición de huelgas y reuniones que incitaran al “desorden social”, no tenía nada que ver con las exigencias constitucionales.
La referencia a la necesidad de “erradicar fuerzas favorables a Corea del Norte” para preservar el orden democrático y constitucional, no alcanzó para salvar la decisión presidencial. Por lo cual la Asamblea Nacional terminó por destituir al presidente, decisión ratificada por la Corte Constitucional. Fuera del poder, ahora le espera un juicio inédito que tendría lugar en los próximos meses, durante los cuáles no puede salir del país.
El proceso político en torno de Yoon tuvo también su trámite en las calles. Así como miles de personas se movilizaron desde el primer momento para exigir su salida, hubo suficientes manifestantes en su favor que en algún momento llegaron a impedir, de hecho, el acceso de las autoridades encargadas de conducirlo al juicio. Curiosamente, a la carrera presidencial de Yoon contribuyó de manera decisiva el hecho de haber conducido, como antiguo fiscal, el proceso que llevó a la cárcel a la entonces presidente Park Geun-hye.
Pasados ya los episodios institucionales, se ha venido a saber que, para el día de la declaratoria de la ley marcial, el presidente estaba atrapado por la imposibilidad política de sacar adelante legislación presupuestal, miembros de su gabinete, e inclusive su esposa, eran objeto de cuestionamientos o investigaciones por corrupción, y que un grupo significativo de abogados, algunos de su propio partido, se había comprometido a sacarlo del poder. Por lo cual sus enemigos consideran que allí pudo estar la verdadera causa de su desesperada medida de emergencia.
La democracia y las instituciones surcoreanas han pasado una dura prueba, pero el país ha quedado polarizado. La aventura fallida de Yoon Suk Yeol es apenas episodio de un drama que no ha terminado. Como desde el punto de vista judicial sigue pendiente el juicio del destituido presidente, y éste no se ha dado por vencido, tendrá todavía cosas qué decir. Le anima el apoyo de quienes consideran posible la infiltración norcoreana y china en el partido de oposición, y circulan imágenes de Yoon con el puño en alto como un llamado a luchar.
En junio habrá elecciones. En el curso del proceso electoral se volverán a animar otros debates pendientes. Algo tal vez oportuno, ahora que cada país requiere de un liderazgo experimentado, responsable e idóneo, para navegar en las agitadas aguas de la vida internacional, que tanto afectan la economía y por ese camino la situación social y también las posibilidades de progreso de cada confín del mundo.