Escrito por:
Cesar Arismendy Morales
Columna: Reflexiones
e-mail: cesaridys@hotmail.com
Economista de la Universidad de los Andes y Licenciado en Ciencia Sociales de la Universidad Distrital de Bogotá. Cursó estudios de Planificación del Desarrollo Rural y Urbano en la Universidad de los Andes y en el Instituto de Estudios Sociales de La Haya Holanda. Igualmente estudios de maestría en Desarrollo Regional en la Universidad de los Andes y cursos de Ciencias Políticas en la Universidad de Minnesota - Estados Unidos.
El modelo de crecimiento económico, social y cultural de algunos países asiáticos, ha centrado el interés de los académicos en su desarrollo, encontrándose una alta relación entre el crecimiento del producto interno bruto y el crecimiento de las exportaciones, resultado de la existencia de una gran capacidad de transformación productiva con altos niveles de vida.
El nuevo escenario económico mundial de apertura externa ha obligado a los gobiernos, al capital y a la población a establecer nichos productivos modernos desde las regiones, es decir, aprovechar las fuerzas productivas para la creación de valor agregado en lo local. Estas iniciativas que en dichos países se originan de abajo hacia arriba, desde lo local y regional a lo nacional e internacional para la transformación y generación de riquezas, se le llama competitividad.
Ha quedado demostrado que a través del progreso técnico, la productividad se convierte en el elemento vital de la competitividad y está en el motor del desarrollo regional. Ello permite que el concepto de competitividad y los factores que inciden en su creación, sostenibilidad y desarrollo se identifiquen como parte de la evaluación de las políticas públicas, ya que son capaces de ampliar la capacidad de una economía nacional o regional para hacer crecer la producción a tasas importantes, de manera sostenida y a promover el más alto grado de mejoramiento del bienestar de la población.
Los logros de los países asiáticos, ha permitido que algunos organismos multilaterales estén divulgando y apropiando las bondades del modelo, construyendo metodologías para evaluar la competitividad mediante un ranking que mide o refleja el esfuerzo hacia el desarrollo realizado por las naciones, regiones y departamentos. Colombia ha estado inmersa en esa dinámica y desde hace más de veinte años ha venido elaborando sus indicadores de competitividad para los departamentos.
La evaluación de los factores de la competitividad global, evidencia que Colombia ocupa la posición 57º entre 112 países. En lo nacional y tomando como referencia a 23 departamentos, La Guajira se encuentra en el segmento de los departamentos calificados como de baja competitividad (entre la 15º y 20º posición). En 1992 ocupó la 15º posición, en 1998 fue 18º, en el 2000 terminó en el 16º puesto, en el 2004 ocupó la 17º posición y en la actualidad somos de los últimos. De acuerdo a un estudio reciente del Banco Mundial, cada vez nos situamos más lejos del grupo de departamentos con mayor competitividad y crecimiento económico.
Esta situación nos está advirtiendo que los planes de desarrollo de La Guajira y los municipales deben ser algo más que un listado atiborrado de inversiones. Estos deben corresponder a un diseño tecnopolítico estructurado, de tal manera que la dinámica que le impriman las administraciones a sus gestiones sean útiles para estimular los factores de competitividad a través de mejorar la capacidad de emprendimiento, fortalecer la infraestructura vial, tecnologías de información y comunicación, profesionalizar al talento humano, iniciar acciones para la ampliación de la ciencia y tecnología, aprovechar el entorno económico con nueva producción exportable, incrementar la capacidad de gobierno e institucionalidad con reglas claras y fomentar la sostenibilidad del medio ambiente. Sólo así pasaremos de la teoría a la práctica y de las promesas proselitistas a la realidad de los resultados de los gobiernos departamental y municipal.