En Normandía, hace 80 años
Mi abuelo tenía por costumbre escuchar las noticias todos los mediodías en su anticuado Telefunken, aparato radial de dos bandas. No movía el dial por temor de que “se perdiera” la emisora. Cuando el anciano estaba en su ritual, nadie en la casa se atrevía a pronunciar palabra. “Tiene que oírse el vuelo de una mosca”, decía mi abuela, en actitud cómplice. Nosotros respetábamos esa norma; regresábamos a la sala cuando calculábamos que el noticiero había terminado.