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Mar, Nov

En ring artesanal y con guantes gastados, un maestro impulsa sueños juveniles en La Guajira

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Lo que inició como un intento por enseñar boxeo a los muchachos del sector terminó convirtiéndose en un refugio deportivo que ha formado a jóvenes que hoy se abren paso en el mundo.



Por: Climaco Rojas Atencio
Conocer a Carlos Arrieta Monterrosa es entrar a un mundo que respira sudor, esperanza y terquedad de la buena. Lo encontramos en su pequeño gimnasio si es que puede llamarse así porque el espacio modesto, caliente y sin lujos solo es el cascarón donde él ha levantado lo que realmente importa: boxeadores, disciplina y carácter. Allí, su ring de boxeo ‘El Gallo’ funciona desde el patio de su casa.

El entrenador habita esa vivienda con su esposa y una decena de caninos, en un rincón del barrio donde muchos no encuentran salida. Sin embargo, él insiste en abrir puertas a punta de jab, cross y mucha fe. Su historia en La Guajira comenzó en 1996, cuando llegó como operador de maquinaria pesada para trabajos con la Gobernación, sin sospechar que el destino le cambiaría el rumbo.

Entre sus pupilos recuerda con orgullo a “el negrito” y a Tomás, dos muchachos que ahora están en España buscando un lugar en el boxeo profesional. Tomás se prepara para dar el salto definitivo y “el negrito” ya peleó en México tras lograr un segundo lugar en Venezuela.

Un gimnasio humilde que se sostiene con voluntad, no con dinero
Arrieta se ríe cuando le preguntan cómo mantiene el gimnasio abierto. “Cobro lo justo”, dice sin rodeos. Pide apenas diez o veinte mil pesos de inscripción, sin mensualidades. Entiende que la mayoría de sus muchachos proviene de familias con ingresos limitados y no piensa dejar que el talento se pierda porque en la casa no alcanza para el bus o para unos guantes básicos.

Aunque admite que la situación es dura y que varios padres han tenido que retirar a sus hijos por falta de recursos, él se mantiene firme. En su gimnasio entrenan quince peleadores, entre ellos varias mujeres, algo que lo llena de orgullo. Insiste en que el deporte no distingue género y que todos merecen la oportunidad de encontrar un camino distinto al que ofrece la calle y sus peligros cotidianos.

Entre esas jóvenes está Eribet Virginia Sarri la Plata, una muchacha de 19 años que encontró en el boxeo la forma de mantenerse enfocada. Para ella, entrenar con “el profe Gallo” como llaman a Arrieta ha sido una experiencia que la ayuda a evitar tentaciones y a mirar hacia un futuro que antes no sabía cómo construir. Asegura que el gimnasio se volvió un ancla que la sostiene.

Otro alumno cercano es Giancarlos Mendoza, auxiliar del profesor y boxeador formado por él desde finales de los noventa. Gracias a Arrieta, aprendió a pelear y también a ordenar su vida. Acaba de regresar de un torneo juvenil en Montería, un viaje difícil que se financió con el apoyo del presidente de la Liga, algunos amigos y su familia. Nada sobró; todo se gestionó a pulso, como suele ocurrir.
Aun así, Giancarlos habla con orgullo de representar a La Guajira y de hacer parte de la Selección departamental. Hoy observa cómo muchos jóvenes repiten su propia historia: muchachos que llegan sin norte, enredados entre fiestas, tragos y salidas fáciles. “El boxeo nos ha sacado de eso”, reconoce. Arrieta insiste en que el deporte y el estudio son las llaves para no perderse en ese laberinto.
Al final, este pequeño espacio llamado ring de boxeo ‘El Gallo’ es más que un gimnasio; es una trinchera contra la desilusión. Es el lugar donde un hombre que pudo elegir irse, pero decidió quedarse a enseñar a pelear en el ring, a pelear en la vida.

Aunque las paredes sean sin empañotar y con el piso solo en plantilla, el eco de esos puños cargados de futuro retumba fuerte: aquí también se fabrican sueños como el de muchos guajiros que tienen sed de triunfo para servirle al mundo y por amor por su tierra y dejar la bandera en lo más alto.

Aunque las paredes sigan sin empañetar y el piso sea apenas una plantilla rústica, el eco de esos puños cargados de futuro retumba. Aquí también se fabrican sueños, como los de tantos guajiros que tienen sed de triunfo y un amor profundo por su tierra, decididos a dejar su bandera en lo más alto.