A estas alturas de la historia, quién lo creyera, sobrevive una agria disputa entre cristianos y musulmanes en el Oriente insular del Mediterráneo. Como en la época de las grandes trifulcas por el control de tantas islas que han pasado de unas manos a otras a lo largo de los siglos, en Chipre sigue vigente una división entre herederos del Imperio Bizantino y descendientes del Otomano.
Bastión del mundo helénico desde tiempos remotos, y luego de haber pasado por el control de diferentes potencias, incluyendo los árabes, los cruzados, los bizantinos, los turcos otomanos y hasta el Imperio Británico, la isla sobrevivió con su mayoría griega y es ocupada hoy por habitantes griegos y una comunidad turca minoritaria y musulmana que se formó a partir de una migración animada por la cercanía de la costa de la Anatolia, desde hace varios siglos en poder de los turcos, y una deliberada política de implante poblacional impulsada por los gobiernos de Ankara.
Como suele suceder cuando la gente logra mantenerse relativamente aislada de motivaciones políticas, las dos comunidades convivieron en aceptable armonía hasta que aparecieron las banderas divisorias de los nacionalismos. Dentro de los chipriotas griegos, mayoritarios, se abrió paso la idea de frenar el avance de los habitantes de origen turco de la isla, que se sentían apoyados por los gobiernos de la República de Turquía, que a su vez consideraba un deber nacional velar por su protección.
En los años cincuenta del siglo pasado la controversia se exacerbó. Los chipriotas turcos buscaban la anexión de la isla a Turquía, mientras los griegos la unión con Grecia, (Énosis), una idea que provenía desde la época misma de la independencia griega respecto de los turcos en 1821. En medio de todo no faltaba quien abogara por la continuidad del control británico que provenía del Siglo XIX, y que se acabó más bien con la independencia del país en 1960, a la cual sobrevivieron las diferencias animadas por la intransigencia.
En 1974, un intento de golpe de Estado por parte de los chipriotas griegos, en busca de la Énosis, apoyada por la junta militar que entonces gobernaba en Grecia, no solamente fracasó y produjo la caída de la dictadura de los coroneles griegos, sino que provocó la invasión militar turca de la región norte de la isla, con el desplazamiento de la población griega. Intervinieron las Naciones Unidas para separar las comunidades y mantener la paz, pero eso no impidió años más tarde la fundación de la “República Turca del Norte de Chipre”, reconocida solamente por Turquía y que sobrevive hasta nuestros días.
Mientras la República de Chipre, dominada por los griegos y ocupante de la mayor parte del territorio de la isla, ha progresado enormemente y es miembro de la Unión Europea, la invención del norte se mantiene prácticamente bajo la tutela de Turquía y presenta un nivel de desarrollo económico diferente, como apéndice de su madrina en materia económica, de defensa y de infraestructura.
Es en ese contexto que tuvo lugar, hace pocos días, la elección de un nuevo presidente de la “República Turca del Norte de Chipre”. Hecho por supuesto desapercibido en el resto del mundo, máxime ante los avatares de la agenda internacional de nuestros días, dominada por la presencia en el escenario de una gama amplia de personajes incomprensibles e impredecibles, unos con poder verdadero y otros payasos megalómanos y portavoces de causas que más bien pierden impulso con sus pregoneros descarriados.
En el anterior sentido Turquía, cuya diplomacia es una de las mejores del mundo inclusive desde la época otomana, realizó un esfuerzo enorme por el reconocimiento de su “República Turca del Norte de Chipre” por parte de países de estirpe turca, como Azerbaiyán, Kirguistán, Kazajistán y Uzbekistán, que se negaron a reconocerla, debido a las dificultades que ese reconocimiento podría traer frente a los poderes occidentales, que prefieren no retar en este momento. Motivo por el cual apenas recibieron a la citada “república” como observadora dentro de la Organización de Estados Túrquicos, uno de los motores del renacimiento de la influencia turca en el mundo.
Con más del 60% de los votos a su favor, Tufan Erhurman considera tener credenciales para entrar a discutir el posible futuro federal, para lo cual seguramente recibirá el beneplácito de la parte griega. Solo que semejante eventualidad, por el hecho de desconfigurar la pretensión turca de recomponer su influencia en los antiguos territorios otomanos, y de quitarle a Turquía el dominio completo del norte de la isla, encontrará una oposición frontal del gobierno de Ankara, capaz de cualquier movimiento, desde el de su legendaria diplomacia, una de las mejores del mundo, hasta una maniobra militar de protección de sus intereses, con cualquier disculpa.
En este ambiente, está por verse hasta qué punto Tufan Erhurman logra establecer con apoyo popular auténtico, y sin la interferencia de Turquía, un diálogo fructífero con el presidente Nikos Christodoulides, de la República de Chipre, que ha expresado su satisfacción con esa perspectiva, que considera una ventana de oportunidad para superar la división de la isla. De ahí en adelante, y sobre la base de la construcción de un estado de confianza mutua, falta mucho trecho para que esa luz de esperanza que ahora aparece se convierta en alternativa real de unificación de la isla, bajo un modelo bien visto desde las capitales europeas, aunque mal visto desde Ankara.
Que nadie se equivoque. Cualquier arreglo será viable, al menos por ahora, siempre y cuando obtenga el acuerdo del presidente Erdogan, que tiene en sus manos muchas cartas para jugar en este asunto en el cual, desafortunadamente, la voluntad de los votantes, por importante que sea, es apenas uno de los ingredientes necesarios para llegar a la solución de un problema de varias décadas que merece ya dar por terminado un estancamiento que ha afectado sobre todo a los griegos de la isla, desplazados violenta e injustamente de su tierra desde el golpe de mano de 1974.