El lado oscuro de los rituales toca a la mafia siciliana (y a muchas otras organizaciones delictivas), en las que se organizaban alianzas criminales y se planeaban actividades delictivas en Sicilia y en Nueva York. Jacques Kermoal y Martine Bartolomei publicaron en 1998 un libro, “La mafia se sienta a la mesa”, que recoge algunos episodios relacionados con hechos históricos y otros inéditos para el grueso público; mafia y gastronomía se conectan.
La tradición mediterránea (de Algeciras a Estambul, diría Serrat) es sinónimo de buena mesa, desde sencillos pero exquisitos platos tradicionales hasta preparaciones sofisticadas; a ello no escapan las antiguas mafias italianas y tampoco los gánsteres de nuevo cuño con sus opulentas fastuosidades. Cuando el dinero abunda, cualquier extravagancia aparece. La tradición gastronómica italiana se basa en productos propios y estaciones, apoyada en su milenario refinamiento culinario; compartir comidas es costumbre, especialmente para las celebraciones, con sus propios vinos y postres; la isla sícula se suma a esos acontecimientos. Los mafiosos italianos apelan a sus raíces para el servicio en las mesas, con escasas intrusiones de influencias extranjeras.
Según el folclore siciliano, para los mafiosos la comida representa una liturgia presidida por el jefe de la familia. Los anfitriones honran a los invitados preparando los manjares; es común la frase “yo mismo hice la comida”, una costumbre muy mediterránea; también practican rituales de hermandad y lealtad para garantizar la omertá. En la sangrienta historia de la mafia los restaurantes también han jugado papel central; la serie “El padrino” así lo muestra, igual que las películas estadounidenses y las historias reales de mafiosos estadounidenses como Lucky Luciano o Al Capone. Dicen que algunos criminales eran mejores cocineros que delincuentes; sus platos podrían estar a la altura de las mejores mesas. Al Capone era un gourmand tradicional mientras que Luciano era de paladar exquisito y cocinero admirable.
Transcurría 1860; gracias a los zii (“tíos”, jefes de las familias mafiosas sicilianas), que no simpatizaban mucho con Garibaldi y sus ideas, este independiza a Sicilia de España, despertando el nacionalismo en toda Italia. Los zii le agasajaron con un banquete en Messina, proponiéndole quedarse en Sicilia una semana más, justo el tiempo necesario para que Bixio llegara con sus tropas a Calabria para cortar el paso de Garibaldi hacia el norte; no les funcionó el plan. El ágape, nada ligero, incluyó 13 exquisitos platos (¿algún significado?), todos sicilianos, además de vinos regionales y postres tradicionales, tal como las experiencias de los actuales restaurantes de alto coturno. Garibaldi prometió que los capos se las pagarían, lo que nunca sucedió.
En 1924 Mussolini fue al pueblecillo Piana dei Greci para reunirse con el ridículo alcalde y capo Francesco Cuscia (Don Cicio); después del bufo homenaje al Duce con un gran banquete, el abochornado Duce aprehendió a muchos pequeños capos como Cuscio. La relación de mafia siciliana e iglesia tampoco falta; Calogero Vizzini mantenía una estrecha amistad con el cardenal Ernesto Ruffini, primado de Sicilia; Calogero, multimillonario, atendía las necesidades parroquiales y aportaba a las obras pías algo bien visto por monseñor y los parroquianos de Villalba. Vizzini y Ruffini se necesitaban mutuamente; el primero para influir en la política (venían elecciones), y el capo para lograr indulgencias en Roma. El refinado banquete de 1948 selló ese pacto de mutua colaboración.
Los mafiosos italoamericanos también registran episodios conocidos. Frank Sinatra viajó a Sicilia como emisario de los neoyorkinos para hablar con Giuseppe Genco Russo; la isla gobernaba los negocios, pero las relaciones entre Nueva York y Sicilia estaban fracturadas. En Agrigento, Sinatra buscó reunirse con Genco para definir desde Sicilia al sucesor del recién fallecido Lucky Luciano; fue menospreciado como un simple mandadero. Después de un plantón de dos horas y del banquete ofrecido a Frank, Genco le dijo que, si “los americanos” querían hablar con él, deberían ir a Sicilia; serían bien recibidos por ser sicilianos. “No permito que unos emigrados quieran mandar en nuestra tierra”.